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Tengo dos amigos, entre ellos también lo son y se quieren. Uno votará a Pedro Sánchez porque opina que la situación económica es buena; hay paz social; la pandemia y la inflación provocada por la guerra se han gestionado eficazmente; Cataluña se ha tranquilizado; se han aprobado Leyes que han ensanchado las libertades y el salario mínimo y las pensiones han crecido más que en otras legislaturas menos conflictivas. Además, ve a Feijóo como alguien que esconde su pensamiento y es incapaz incluso de decir con quien pactará. El otro mantiene que Sánchez nos ha endeudado por lo que queda de siglo; que la gestión de la pandemia ha sido cosa de las autonomías; que Feijóo es una persona “normal”, de probada en Galicia eficacia como dirigente, que trasmite tranquilidad y sosiego, frente al todo vale con tal de gobernar de Sánchez. El primero de los dos, votará a Sánchez, aunque le disgustan profundamente sus compañeros de viaje, pero también el eslogan de Feijóo, ese que dice “Sánchez o España”, porque coloca desde el inicio, a todos los votantes de izquierda como antiespañoles. El segundo lo hará por Feijóo, puesto que opina que Sánchez es capaz de cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder, y que por ello pacta con Marruecos, los herederos de ETA o el independentismo catalán (ninguno de ellos buenos y fieles amigos de España); mientras hace suyo el programa radical de su socio Podemos ahuyentando así al voto centrista; incumple promesas y se enfrenta a los empresarios, los medios de comunicación, al tiempo que abandona a las clases medias y a quienes gustan de la moderación. Espera que el PP consiga la mayoría absoluta, porque aborrece a Vox.
Ambos me han preguntado por cuál de las dos posiciones me inclino. Les he dicho que ahora que los españoles nos hemos acostumbrado a la cultura de los pactos, la única mayoría que haría feliz al país y nos dispararía hacia el futuro, sería un pacto PP-PSOE o viceversa. Sin políticos que basen su acción en las heridas que nos han infringido los otros, sino con aquellos capaces de hacerlo en lo mucho que compartimos. Los dos tildaron la propuesta de “buenismo inocente e ineficaz”; pero si es bueno ¿por qué no?, les pregunté. ¿Acaso el PSOE no es mejor socio para un PP centrado, que Vox? ¿Acaso el PP no es mejor socio para un PSOE centrado que Podemos? Los dos asintieron. Pero si fuera posible, añadí, ¿qué hacemos luego con los que tan bien viven a costa de azuzar nuestros enfrentamientos? Nos reímos, y continuamos caminando hacia el restaurante en el que compartimos mesa. Los tres coincidimos en que el arroz estaba sensacional.
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