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Con inusual premura, el Ministerio de Sanidad ha “celebrado” este año el número de abortos registrado en España en 2022, pues es un dato que habitualmente se reserva para la Navidad, en el entorno del día de la matanza de los Inocentes. Pura casualidad, por supuesto.
La cifra, a la que quizá algún probo funcionario del Registro Estatal de Interrupciones Voluntarias del Embarazo, que tan fríamente las maneja como las presenta, desee jugar unos décimos de la cercana lotería, se ha incrementado en nada menos que un 9% respecto a 2021, superando en 8.127 la que ya parecía inasumible hace sólo doce meses. Esto, unido a que los nacimientos han bajado un 2,21%, situándose ya en el mínimo histórico desde que hay estadísticas, hace del aborto no sólo una formidable y sangrienta madeja de miles y miles de crímenes particulares, también un auténtico atentado contra la nación, cuyo futuro está ya comprometiendo seriamente. Los niños abortados en España equivalen a casi un 30% –concretamente el 29,8%– de los nacidos. Nunca se apostó tan fuerte, en términos de vidas humanas y de sinsentido social, por un pretendido derecho. Ni las guerras más justificadas por la existencia de una comunidad cualquiera hubieran podido sostener este ritmo de pérdidas. Si alguien cree que todo este horror puede salir gratis a base de mentiras sobre la condición del feto y de campañas de desinformación sobre las consecuencias para las mujeres afectadas, más le valdría atarse al cuello una piedra de molino y arrojarse a las olas...
Cuando los fríos datos que buscan desproveer de humanidad a las criaturas destruidas se analizan con detalle, no hace sino aumentar la certeza de enorme injusticia social que este genocidio esconde. Discriminación sexista, pues el varón responsable elude todas las consecuencias, a menudo tan graves, del aborto de su hijo; discriminación económica, pues el aborto se ceba con las capas menos favorecidas, a las que se anima a desprenderse del “problema” en vez de facilitarles los medios para que el pretendido problema se convierta en motivo de esperanza; discriminación xenófoba, pues son las mujeres extranjeras, en porcentaje altísimo, las que recurren a él, como se comprueba al ser las regiones más abortistas las que mayor inmigración soportan. Cada vez más jóvenes, cada vez más pobres, cada vez más solas. El aborto es también una radiografía de la verdadera situación de la mujer en el imperio de la Igualdad.
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