Notas al margen
David Fernández
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Cambio de sentido
Cómo ha cambiado la copla! Cantaba Sabina que “en lugar de tu bar me encontré una sucursal del Banco Hispano Americano”. Ahora es al contrario: atraída por las condiciones de ahorro y las comisiones –discretas, en comparación con las que me cobra mi entidad, que se nombra a sí misma con el oxímoron banca ética– acudí a un banco, a la dirección más cercana que daba Google. Y en lugar de la sucursal me encontré un bar franquiciado con aire andaluz, de esos que impostan la solera. Repregunté. El buscador me mandó al otro barrio. Entré al fin en la oficina, me dirigieron a una mesa, tras la cual una señora, que ni siquiera me invitó a sentarme, me miraba como si yo la estuviera molestando. No la animó ni mi buena nueva: “Vengo a darme de alta y a ingresar en la cuenta que tienen en promoción”. Me respondió que me la abriera desde el móvil. Se ve que no tuve bastante trato desdeñoso porque, ya en casa, hice amago de abrirme la cuenta y depositar los pocos euros (un potosí, a mis ojos de poeta) que una es capaz de juntar. A la mitad del proceso acudieron a mi rescate todos los miedos cibernéticos: no me fiaba de mi pericia, ni de mi móvil, ni de quienes se hacen pasar por páginas de bancos, ni del banco. Así que escogí el comodín de la llamada. Me atendió en todo momento una máquina, a la que mandé absurdamente al carajo. Desde entonces solo recibo cálidas llamadas de un ser humano de esta entidad bancaria. Le respondo que no me interesa este juego. Ni tampoco el de sartenes.
Cuento la anécdota porque quizá tenga algo de universal y dispare en varias direcciones, todas catastróficas. Hemos aceptado la imposición de lo online como forma preferente, si no única, de hacer todo tipo de gestiones bancarias. A la par, el sistema nos provoca una razonable desconfianza. Cada vez conozco a más personas, la mayoría integradas en lo digital, a las que les han pelado las cuentas por phishing, vishing, smishing y otras técnicas con nombre de minino. Ante ello, los bancos se suelen lavar las manos. Dan poca opción –y te la cobran con sonadas comisiones– de hacer trámites de forma presencial, pero si alguien te despluma por la vía cibernética la culpa es solo tuya. Y, de remate, premian la deslealtad, como los novios chungos: solo yéndome se reportan y prometen todo el oro del mundo.
Por no hablar de la situación a la que dejan a quienes no nacieron con un wifi bajo el brazo… Bienvenidos al futuro. Para continuar, acepten cookies.
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