Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Habladurías
NO deja de sorprenderme que algunas personas (de las que yo no sé ni la cara que tienen) sepan, sin embargo, casi todo sobre uno. Exactamente, me estoy refiriendo a esos locutores intempestivos que, por saber, saben hasta la hora a la que más fastidia que alguien nos llame por teléfono para preguntar si nos interesaría cambiar de compañía de seguros.
Como esas bases de datos rozan la omnisciencia, a quienes las manejan no se les escapa si somos más de ir a la playa o al campo, si la tortilla de patatas nos gusta con cebolla, o si preferimos las rubias a las morenas. O a los morenos, que aquí no se deja un cabo suelto.
Por eso, si en cierta ocasión estuvimos de paso por Orense para visitar a la tía Benilde, nos alojamos en la fonda Don Pelayo y pedimos para almorzar un entrecot poco hecho, tenemos que estar preparados a partir de entonces para recibir en nuestro correo electrónico todo tipo de ofertas de alojamientos baratos en Orense, publicidad de los restaurantes especializados en servir el entrecot poco hecho, y ya se cuidarán de recordarnos el día en que haya que felicitar a las Benildes, no sea que se nos pase enviarle un ramo de flores.
Pero lo que más sorprende no es lo mucho que saben de nuestras querencias esas redes de espionaje comercial. Lo realmente pasmoso es que, circulando por ahí tal cantidad de datos sobre las manías de cada cual, luego no se sepa apenas nada sobre los tinglados en los que andan metidos los personajes públicos que un buen día juraron el cargo, se convirtieron en consejeros, o en secretarios de Estado, y cuando nos quisimos dar cuenta, habían hecho favores a los amigos sin salir del despacho, o habían acumulado una fortuna en un paraíso fiscal de las que no se acumulan trabajando honradamente.
Con tantos casos como se airean de malversaciones para todos los gustos, da la impresión de que el ejercicio de la política es lo más parecido a un "cuarto oscuro". Como estamos en horario protegido y este periódico lo pueden leer menores de edad, me limitaré a explicar que un cuarto oscuro es un lugar donde se intercambian tocamientos, pero con la particularidad de no saber los participantes en el jaleo la identidad de quienes les prestaron sus favores sexuales.
Pues sí. El ejercicio de la política debe de ser algo similar, porque cuando detienen a alguien por hacer de las suyas en el desempeño de sus funciones, todo el mundo alrededor pone cara de no tener ni idea de quién podría ser ese señor al que se llevan detenido.
Sorprende, ya digo, que alguien pueda saber si cualquiera de nosotros se compró en Jalisco un sombrero mejicano, mientras pasa desapercibido que un diputado, durante años, se embolsara un sobresueldo por asesorar a las mismas empresas que luego realizaban las obras públicas.
Por eso, si las compañías teleoperadoras fueran las encargadas de investigar los delitos fiscales, otro gallo cantaría. Pero no, nos investigan para vendernos un seguro. O para que compremos un colchón de látex. Y a lo mejor el que tenemos está todavía nuevo.
También te puede interesar
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Por montera
Mariló Montero
Los tickets
En tránsito
Eduardo Jordá
Linternas de calabaza