El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Propagandistas de la verdad
La polémica en torno al cartel de la Semana Santa sevillana para mí que se zanja dejando clara una confusión que parte del propio argumento del autor, que es, por otro lado, un pintor excelente.
Me refiero a su excusatio por la “belleza” y la “inocencia” que, según él, se hallan en el modelo del cuadro, a la sazón su hijo, y que el pintor ha querido copiar. Lo que D. Salustiano García como artista no parece tener en cuenta es que una obra de arte no es nunca inocente ni tampoco se justifica por la belleza del modelo.
Digo que no es inocente porque precisamente el arte sólo puede ser llamado tal si ofrece una mirada interpretadora del mundo y, por lo tanto, una propuesta de observación de la realidad. Y no cabe duda de que en este cartel hay una mirada interpretadora y, por cierto, a la manera más común y obvia del momento, la de las multiplicidades de “géneros” (según se dice ahora, en lugar de sexos). No hay, pues, inocencia en el cartel por mucho que pudiera haberla en el modelo a riesgo de confundir obra con modelo.
Me permito, además, recordar aquí una de las más repetidas frases del que tal vez haya sido el más conocido pensador sobre los Medios de Comunicación de Masas, el filósofo canadiense Marshall McLuhan: “El medio es el mensaje”. Un muchacho muy joven de pelo sedoso y pose delicada, afeminado o no, sería adecuado como mensaje en el medio de un anuncio de cosmética (un champú, pongamos por caso, o un tratamiento depilatorio unisex), en ese medio tiene un sentido determinado. Sin embargo, ese mismo joven con idéntica pose y características representando a Cristo Resucitado en un cartel de Semana Santa significa algo muy diferente. Se me ocurren un par de pretensiones ideológicas; pero, poniéndome en el mejor de los casos, denota profunda ignorancia.
Los cristianos tenemos motivo para estar molestos, para sentirnos tomados por tontos papanatas y, por supuesto, para protestar; sobre todo porque se desvirtúa con frivolidad insensata lo que la Semana Santa es y nos hace meditar: la Pasión generosa y desgarradora de ese “varón de dolores”, que ya consta en el Libro de Isaías (Is. 53,3). Una Pasión que ciertamente culminará la madrugada del Domingo de Resurrección en un triunfo. El triunfo de la manifestación revolucionaria de que la materia y la vida, tal y como podemos conocerlas con la vista corta del mundo, se trasciende. El triunfo de la revelación de la donación sacrificada, por amor a cada uno de nosotros, de Dios mismo y de la existencia de una eternidad gozosa y sobrenatural. Nada que ver desde luego con ninguna belleza semiadolescente de un hipotético anuncio de champú.
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