Manuel Pareja

Desde Benaocaz

A contraluz

ESTÁ allí, a la falda de la Sierra del Caíllo, como asomada a un balcón; espléndida y luminosa, mirando por encima de los hombros a la vecina Ubrique, y a lo lejos, más allá de los Alcornocales, casi imaginando el Atlántico. Benaocaz es uno de esos pueblos de postal de la Sierra de Cádiz. La vida en Benaocaz es la vida de un patio andaluz, de esa que transcurre en la intimidad familiar, pero que no se cierra a lo propio, sino que está siempre abierta, dispuesta al visitante. En el pueblo el reloj se vuelve más perezoso y el tiempo pasa más despacio; nos recuerda que las prisas son un invento de la modernidad, y que esta cultura de lo instantáneo en la que vivimos instalados, es algo a lo que no deberíamos nunca acostumbrarnos. Benaocaz empieza a ser alguien en la época nazarí y desde entonces no ha dejado de ser, y ha sido en muchas formas diferentes desde aquellos días, pero de alguna manera siempre la misma: la imagen del sosiego, de la tranquilidad, pero también la de una vida de esfuerzo; la de quien se amolda a la realidad tal y como viene, pero no se conforma, sino que termina siempre ganando la partida a la adversidad. Estos últimos años, la crisis la ha golpeado como a todos, el paro se ceba en ella, como en tantos sitios, pero no se advierte que esté vencida. Si la Peste o el francés no la doblaron, no lo hará la crisis. La especulación inmobiliaria también la alcanzó, porque hubo quien cayó en el vicio del negocio rápido y se perdió parte de lo que durante tanto tiempo se había conservado. La gestión municipal de estos últimos años se ha empeñado con éxito en hacer de Benaocaz lo que siempre ha sido a la vez que busca nuevas formas de expresarse, de instalarse en este nuevo siglo. Sólo su puesta de sol, que se esconde tras el Puerto de la Silla, justifica una visita. No lo dejen para más tarde.

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