Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Tribuna libre
EN la intimidad familiar, en el centro del Opus Dei en el que vivo, en Cádiz, he celebrado mis Bodas de Oro Sacerdotales, el día 9 de agosto. Conmigo se ordenaron otros veinticuatro, en el mismo año otros tantos se habían ordenado el 19 de marzo. A todos los que celebramos en 2014 el redondo aniversario nos envió el Prelado de la Obra una carta, que por el tema del sacerdocio pienso interesante hacer participar en esta ventana abierta de la prensa. No siempre se piensa con acierto de cosas importantes, como el matrimonio, el sacerdocio, etc.; a veces también ni de cosas no importantes… Quiero subrayar ahora las luces que nos da monseñor Echevarría.
La carta tiene tres párrafos. En el primero, lo fundamental se centra en estas palabras: "Una vez más me sumo al cariño de san Josemaría y de su primer sucesor por sus curicas. ¡Con qué alegría os mirarán desde el cielo! No os apartéis nunca de tan santos sacerdotes, que nos han dejado esculpido el camino hacia Jesucristo".
Trasunto del afán que ponía Jesús en los apóstoles, es aquel interés ilusionado y práctico de san Josemaría por poder contar con futuros sacerdotes, que con su quehacer ministerial, atendiendo generosamente confesiones y con predicación abundante pudieran acompañar el apostolado laical y cívico de los demás miembros del Opus Dei, en medio de todos los ambientes y en las más variadas circunstancias personales. El cariño por sus curicas llevó al Fundador de la Obra a cuidar esmeradamente la formación humana y sobrenatural de los que se habían de ordenar. Dispuso la conveniencia de que tuvieran dos doctorados, uno en su carrera civil y otro en ciencias eclesiásticas. Además concretó tantos detalles de las virtudes que son particular exigencia del sacerdocio, como la humildad y el espíritu de servicio. Lo formulaba magistralmente de modo bien expresivo: "habéis de haceros alfombra donde los demás pisen blando". Cuánto ha encarecido también la calidad y la naturalidad en el ornato sacro, la limpieza pulcra en los lienzos del culto. Cómo urgía en que cuidásemos el porte y el vestido propios de la condición sacerdotal, por respeto a los demás y por aprecio al servicio que ofrecemos. No podemos desempeñar el sacerdocio de modo chabacano, ni con modales envarados y distantes. Nos pedía que tuviésemos temple "deportista y alegre".
En el segundo párrafo de su carta glosa monseñor Echevarría la coincidencia de nuestro aniversario con el año del centenario del nacimiento de don Álvaro del Portillo y de su beatificación, señalada para el 27 de septiembre próximo, y nos sugiere: "…vale la pena luchar por la santidad, con la determinación de los primeros… Acudamos con asiduidad a este intercesor eficacísimo para que nos haga, como él, perseverantes y apostólicos".
Efectivamente, el queridísimo don Álvaro fue el mayor de los tres que constituyeron la primera ordenación, y el primer sucesor de san Josemaría. Con ocasión de su beatificación se recordará ampliamente su santidad y la magnanimidad de los diecinueve años de su mandato como Obispo Prelado del Opus Dei, período en el que ordenó a casi mil sacerdotes. Pero sobre la eficacia de su intercesión quiero traer a colación un testimonio muy bonito de un favor atribuido a él, que me ha hecho llegar a través de un amigo común Elvira, una abuela de San Fernando. Resumiendo un poco a lo esencial dice: Samuel nació el 5 de diciembre de 2004, con cinco meses y 850 gramos de peso. Cogió una infección y bajó a 750. Avisaron a mi hijo de que el niño se moría, y él llamó a un sacerdote que lo bautizó. Cuando nació mi nieto ese día, en el Puerta del Mar, nacieron cinco prematuros que todos rondaban los dos kilos. Poco a poco todos murieron, menos mi nieto, y los médicos decían que era el 'niño milagro'. En ese momento mi marido y yo fuimos a ver al pediatra y le preguntamos si el niño se salvaría y sería normal. Él nos contestó "quizá". Mi marido me dijo: no te preocupes, el niño se salvará y será normal, yo se lo he pedido a don Álvaro del Portillo. Efectivamente, el niño vive y es normal… El otro día fui a la iglesia de San José Artesano y vi la fotografía de don Álvaro, y en ese momento me acordé de lo que me dijo mi marido con mucha seguridad. Don Álvaro salvó a mi nieto. Firma Elvira, 4 de agosto de 2014. Y añado, es un ejemplo bien bonito y cercano. Nos sirve, ¿verdad?
En el tercer párrafo don Javier, el Padre, así le tratamos en familia, se une a nosotros "para elevar un canto de acción de gracias a la Trinidad por tantos dones que nos ha concedido en tantos años de ministerio, que son beneficios para la Obra entera, para la Iglesia. Seamos muy piadosos, ¡más!, para dar a Cristo…"
No voy a contar ahora mi vida y milagros, pero permitidme unas pinceladas. Recién ordenado fui destinado a Granada. Mi rodaje fue acelerado; estábamos tres sacerdotes en la ciudad, pero uno fue destinado al poco tiempo a Marsella. A mí me indicaron que atendiese también lo que él llevaba, mientras llegaba el sustituto, cosa que sucedió ya muy a final de curso. No tuve mucha tranquilidad, pero aquel año muchas bachilleres y universitarias pidieron la admisión en la Obra. El curso siguiente fui destinado a Córdoba. Allí atendí durante doce años la labor promovida por personas de la Obra con obreros, unos del campo a través de la Escuela de Capacitación Torrealba, y otros obreros de la ciudad, a través del club Alcorce. Eran tareas que estaban comenzando y que han alcanzado ya un desarrollo notable. También desde Córdoba, dos días a la semana, atendía la labor apostólica de la ciudad de Jaén. De allí tengo recuerdos estupendos, especialmente de la atención a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Conocí a un grupo muy numeroso de estupendos sacerdotes, muy alegres, muy entregados y muy santos. En años posteriores he estado por Sevilla, Jerez, Cádiz, atendiendo fundamentalmente a mujeres y hombres que reciben de la Obra ayuda espiritual para santificarse en el trabajo y en sus familias, dando luz y calor en el propio ambiente. Es muy bonito ver cómo los jóvenes se hacen maduros y responsables y los mayores no dejan de rejuvenecerse. Se toca cómo las enseñanzas de Cristo llevan la alegría y la paz a las almas.
Como despedida os diré, pedid por los sacerdotes y agradecedles su ayuda.
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