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La convocatoria de elecciones generales anticipadas por el presidente Sánchez con las calores de julio, aparte de lo que tiene de contratiempo para los que se supone que gobierna, tiene la virtud, en eso es un especialista, de sorprender a propios y extraños (más, incluso, a los primeros). Desde su punto de vista, que es el único que ha demostrado tener desde que llegó al poder por la gatera, la jugada no está mal tirada: evita la crítica interna; enreda con la composición de los gobiernos autonómicos azuzando el fantasma de la derecha radical (aunque tenga que tragarse el sapo de Bildu para mantener Navarra); y comparece como último bastión de la izquierda tras el descalabro de Podemos, a la vez que desarticula el incipiente proyecto de Yolanda Díaz, obligada a ir de su mano en un desvaído segundo plano.
No creo, sin embargo, que la jugada tenga demasiado recorrido. Visto lo visto el pasado domingo, el personal no está por la labor de aguantar más a este Gobierno que él preside, por mucho que sus potentes terminales mediáticas y de propaganda (por cierto, ¿ha justificado Tezanos sus proyecciones demoscópicas del CIS, falseadas una vez más con absoluto descaro?) insistan en su defensa por el interés público y los más desfavorecidos. EL PSOE de Sánchez no tiene la suficiente consistencia para aguantar la avalancha de votos desatada en la derecha tradicional, ni la autoridad moral para invocar a los fantasmas de la ultraderecha cuando lleva toda la legislatura cortejando a independentistas y filoetarras. Y no parece que el panorama vaya a cambiar demasiado sólo adelantando las elecciones.
El verdadero problema de la izquierda en general, y del PSOE en particular, es que ha perdido el favor de la calle. La gente (como ellos gustan llamarla, con un claro sentido de apropiación) simplemente ya no los ve como una solución, sino como un problema. Los intentos de polarización de la sociedad hasta el ridículo, la pulsión ideologizante en todos los órdenes, el manoseo grosero de las instituciones, las agresiones al ordenamiento jurídico… Esta pérdida de papeles, provocada en gran medida por las malas compañías, ha arrastrado en su debacle a candidatos que, en otras circunstancias, sin duda hubieran tenido un resultado mejor. Por eso el 23 de julio una mayoría, pese a todo, acudirá seguro a votar, también con b: para botar de una vez al político más nefasto de nuestra democracia.
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