Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Tribuna libre
DESDE el domingo 31 de octubre al viernes 12 de noviembre se está desarrollando la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), donde el planeta y por tanto la humanidad, nos jugamos el futuro. Una cumbre donde la Iglesia está presente, encabezando la delegación el secretario de Estado Vaticano, Cardenal Pietro Parolin, y donde estará presente, por supuesto, Cáritas Internationalis, que insta a los líderes mundiales a adoptar políticas climáticas a favor de los pobres.
El mismo día de la inauguración, el Papa en el Ángelus dominical decía: “Hoy en Glasgow empieza la cumbre de las Naciones Unidas por el Clima (COP26), recemos porque el grito de la Tierra y de los pobres sea escuchado”.
Y no es baladí este pensamiento del Papa, ya que se constituye como un elemento esencial del pensamiento de la Iglesia, desde la segunda mitad del siglo pasado y actualmente muy presente por el desenfreno ecológico conque hemos comenzado este siglo. Juan XXIII en Pacem in Terris hacia propuestas de paz ante el desarrollismo nuclear. Pablo VI hablaba del problema ecológico, “que nos lleva a una crisis como consecuencia dramática de la actividad descontrolada del ser humano debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza y donde corremos el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación”. San Juan Pablo II, en su primera encíclica nos advierte que “parece que los hombres no percibimos otros significados de su ambiente natural sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo” y nos llama a “una conversión ecológica global”. Benedicto XVI nos llama a “eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial y a corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente”.
Así pues, desde el comienzo de su pontificado el Papa Francisco, nos recuerda que “la hermana tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que gime y sufre dolores de parto”.
Con esta mentalidad, Occidente y las economías imperialistas se han construido sobre la mentalidad de la autosuficiencia y los hombres del primer mundo, en individuos soberanos absolutos sobre la vida y los bienes, chocando frontalmente con la de otras personas vulnerables, excluidas de ese mundo y expulsados de la cobertura de los derechos que, como hombres y ciudadanos libres, también deben poseer.
Así, a los gritos de un planeta al borde del colapso, se unen los de millones de migrantes que deambulan por el mundo, en busca de países de acogida, donde poder desarrollarse como personas con dignidad y futuro. Esos gritos y realidades llaman a nuestra puerta y nos están despertando del “sueño narcisista de un individualismo insensato”. La madre tierra, nos confronta con una responsabilidad vinculante radical: Sin su supervivencia, nosotros no existiremos.
Una gran lección deberíamos haber sacado de la pandemia del COVID-19; la de que los seres humanos somos vulnerables, débiles y frágiles. Dependemos unos de otros y estamos vinculados unos con otros, de tal manera que nuestra conciencia nos debería llamar a todos a ser corresponsables con todo lo que pueda afectar a este planeta.
Así, Francisco nos recuerda que “la crisis ecológica hunde sus raíces en una manera de relacionarnos con la naturaleza y con los demás humanos, de tal manera que no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza” (LS 139).
Y es que seguimos sin querer escuchar y por tanto entender, que el grito de la tierra, se muestra en muerte y principalmente, muerte para los más pobres. En el periodo 2000-2019, 450.000 personas han muerto por situaciones climáticas extremas y pérdidas por un importe de 2,56 billones de dólares, que a la vez han empobrecido aún más a estos.
Por eso, desde la Iglesia queremos trabajar en pro del desarrollo integral de cada ser humano. De todos los seres humanos, de cada nación y de toda la familia humana y desde Cáritas, afirmamos que el desarrollo económico, debe ir de la mano del desarrollo de los aspectos sociales, culturales, educacionales, espirituales, morales y relacionales de la vida, para que el desarrollo humano sea íntegro y auténtico. Tenemos un deber moral y hoy en día, primordial.
Todo indica que no queremos ser conscientes y por eso nos alejamos de los pobres y, por tanto, al no tener contacto, nos alejamos también de sus problemas. El Papa nos advierte que esta falta de contacto físico y de encuentro nos lleva a una ceguera de conciencia y análisis tendenciosos, que ayudan a ignorar la realidad y por tanto a desatendernos de ella (LS49).
Desde Caritas, además de la denuncia y la incidencia, incluso en las comunidades eclesiales, proponemos modos de vida alternativos que respeten y cambien nuestra manera de relacionarnos con el planeta y por tanto con las personas. Y desde conciencia ecológica y el servicio a los empobrecidos, favorecemos modos de Economía Solidaria, como fórmula para la construcción de un modelo económico diferente y alternativo al sistema vigente. Una economía que anteponga el respeto al planeta y a sus recursos, a otros intereses de corto plazo.
Y es que partimos de una firme convicción: el actual modelo económico no ha dado ni dará respuesta a estas grandes desigualdades entre pueblos y personas, sino que, por el contrario, contribuye a su imparable aumento.
Y lo hacemos desde la vida real y cotidiana de las Cáritas, mostrando las experiencias significativas impulsadas en distintos ámbitos del ciclo económico: producción, financiación, comercialización y consumo.
En este sentido recogemos experiencias de comercio justo, de finanzas éticas, empresas de economía social como son las de reciclado textil; recogida, gestión y reciclado de residuos no peligrosos (aceite, vidrio, muebles etc.) y de cartón y/o papel; Agricultura y Huertos ecológicos (producción y/o comercialización); Jardinería, viverismo y servicios anexos, etc.
A pesar de las peculiaridades que puedan tener cada una de las experiencias, todas coinciden en una intención común: convertir a la economía y a todos sus actores en instrumentos para la transformación social y el cuidado de la Casa Común, de forma que avancemos en la construcción de un mundo en el que todas las personas y pueblos tengan las mismas oportunidades de desarrollo personal y social, en un planeta cuidado y casa de todos.
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