Luisa Fernanda Cuéllar Vázquez /

Calor Olímpico

la columna

10 de agosto 2012 - 01:00

AGOSTO me sabe a lejanía. Porque con las vacaciones todos desaparecemos. El contacto se pierde. Cada uno va a su aire. A la playa. A la montaña. O simplemente, a su rincón.

El calor agobia. No se puede evitar. Se padece. Hace que hierva la sangre. Pero este año no ha llegado solo. Ha traído los juegos olímpicos de Londres. Un desfile de países y de deportes que se convierte en una tregua a las hostilidades y a las presiones.

Y no es que todo sea color de rosa en Londres. Habrá de todo. Porque a fin de cuentas compiten seres humanos. Con sus pasiones. Con sus rivalidades. Con sus dimes y diretes. Pero conviven en paz. Cada uno se afana en ser el mejor. En dejar en alto el nombre de su país. En volver a casa con el triunfo colgado del cuello.

Sueñan con el oro como cualquier mortal sueña con el paraíso. Es su objetivo. Por eso están ahí. Por eso se han preparado durante años. Por eso tanta disciplina. Tanto esfuerzo. Tanto entrenamiento. Tanta exigencia.

A quienes les vemos en una pantalla de televisión nos alegran el momento. Nos emocionan. Nos hacen saltar del asiento. Nos permiten tutearles como si les conociéramos de toda la vida. Como si fueran parte de la familia.

En los juegos olímpicos no cotiza la bolsa. No sube la prima de riesgo. No hay Banco Central, ni Merkel, ni recortes, ni euros a contracorriente. Hay competencia. Pero una competencia positiva. Victoria al que gana. Y esperanza a quien se ha quedado en la antesala del podio.

Si tuviese que elegir me quedaría con la gimnasia artística femenina. En los juegos olímpicos de mil novecientos sesenta y ocho la disfruté en primera fila. Fue apasionante. Cuerpos que giran, se flexionan y vuelan para luego bajar de las alturas y volver a poner los pies en la tierra. Es como una danza. Como un elogio a la destreza. Como un desafío a la gravedad.

Gracias a Mireia, a Andrea, a Oña, a Marina, a Maialen, a Javier, a David y a todos los medallistas que nos traen esos pedazos de gloria, que buena falta nos hacen.

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