Marco Antonio Velo
De Valencia a Jerez: Iván Duart, el rey de las paellas
En tránsito
Imaginemos esta situación. Tienes trece años, o incluso menos, y estás en plena edad del pavo. Tu vida no funciona. Tu familia -o lo que sea que haga las veces de familia- es un desastre. Tu madre te ignora o bebe mucho o pasa por completo de ti. De tu padre no hay noticias desde que un día desapareció de tu vida. La situación económica que se vive en tu casa es precaria: trabajos esporádicos, ayudas sociales, caridad encubierta por parte de abuelos o vecinos. Y sobre todo, tu cuerpo no te gusta: te parece feo, desagradable, sucio, incómodo. En tu colegio no tienes amigos ni amigas y a veces hasta se ríen de ti. El mundo es una mierda. ¿Qué puedes hacer con tu vida?
Y un buen día, bicheando por internet -por suerte llega el Wifi a tu casa-, descubres que hay gente que "transiciona" y ahora es feliz. Si eran chicos, ahora son chicas. Y al revés, si eran chicas, ahora son chicos. Y la vida, de pronto, les sonríe. Todos -o mejor dicho, todxs- aseguran que ahora viven mucho mejor. El cuerpo ya no les resulta desagradable ni hostil. En el colegio ya nadie les molesta. Algunos incluso ganan dinero retransmitiendo en directo su "transición" en YouTube. Y en casa todo vuelve a ser normal. La madre a lo mejor bebe, sí, o está sin trabajo o no sabe qué hacer con su vida, pero ahora da igual porque el mundo ha cambiado de color desde que tu cuerpo ha dejado de ser el que era. Y con tu cuerpo ha cambiado también tu vida. Ahora eres una persona nueva. Todo lo malo y desagradable y deprimente que te amargaba la vida ha quedado atrás. Ya no existe. Es más, nunca existió. Y nunca volverá a existir.
Pues bien, esta situación existe, y quien lo niegue está cegado por la ideología o por el fanatismo (que en realidad son la misma cosa). Por supuesto que hay personas adultas que necesitan cambiar de sexo porque su existencia es un infierno en el cuerpo equivocado. Eso nadie lo pone en duda. Pero de lo que hablamos aquí es de la influencia que la presión social o la moda o el simple desconcierto de la pubertad, alimentado por la soledad y el desamparo, pueden tener en la mente de un adolescente. Y de la tentación, no justificada por ninguna necesidad real, de cambiar de sexo sin asesoramiento de ninguna clase por el simple deseo de cambiar de vida. Sí, de eso estamos hablando. Porque estos casos existen. Y son muchos. Y nadie parece querer acordarse de ellos.
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