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Afrontar el pasado con madurez y afán crítico es fundamental para avanzar como sociedad. Recuerdo siempre, en estos casos, esta frase de mi admirado Harold McMillan: “Deberíamos utilizar el pasado como trampolín y no como sofá”. Porque el pasado es inmutable. Los hechos son indubitables. Pero debemos analizar y opinar sobre sus causas y efectos y así, aprenderemos a evitar errores y aprovecharemos nuestras fortalezas actuales, contrarrestando las propias debilidades. Debemos incluso hacerlo. Pero lo que será imposible es cambiarlo. Y será así, aunque reescribamos la historia a nuestro gusto; sea para ensalzarla o desdeñarla. Al final, la realidad es tozuda y aunque asoles una ciudad, sus ruinas reaparecerán para recordarnos que allí estuvo.
Hispanoamérica–el propio título ya es tesis, pues desecha el tan manido y artificial Latinoamérica de reminiscencias francesas– es un documental que nos pone frente al espejo y nos recuerda que no podemos saber quiénes somos si no conocemos lo que ha significado América en nuestra historia. Una historia común de tres siglos en los que las influencias navegaron a través del Atlántico en un continuo viaje de ida y vuelta. Podremos compartir o no todas sus propuestas. Tampoco es necesario: no hay luz sin sombras. Pero es evidente e innegable que el recorrido vital, humano, cultural, moral y religioso que hace a lo largo y ancho de la América Hispana –desde California hasta la Tierra del Fuego– es imposible de rebatir. Los datos acaban con los relatos interesados. La realidad está ante nuestros ojos. Sólo hay que ver las influencias españolas en la arquitectura, la ciencia, la pintura, la música, la escultura o el urbanismo. Nadie, desde Roma, fundó más ciudades que España. Nadie creó más centros de enseñanza, ni más hospitales en sus imperios. Lo que Roma fue para Europa, España lo fue para América. Y todo ello, junto a la argamasa que supuso en ese camino que recorrimos unidos, la expansión del catolicismo, elemento fundamental en nuestra historia a un lado y otro del charco. Pues tan súbdito de los reyes de España era un peninsular como un americano.
Pero si es tesis el título, no lo es menos el subtítulo: Canto de vida y esperanza. Un canto que, cinco siglos después, podemos entonar en una lengua común. Una lengua que es tan nuestra como suya y por tanto, es de ambos. Un tesoro del que pocos pueden alardear con más justicia y derecho que España.
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