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La tribuna
ASÍ lo ha proclamado al gran líder y supremo dirigente de Podemos, Pablo Iglesias: Catalonia is different. Aceptar la diferencia es aceptar la excepción, y si Cataluña es diferente habrá que reconocer entonces su derecho a la autodeterminación.
La diferencia de Cataluña es precisamente el soporte que mueve al proyecto independentista apoyado por la poderosa burguesía catalanista con la colaboración de diversos compañeros de viaje. Es el proyecto de los ricos catalanes del norte, reacios a compartir sus recursos con los pobres africanos que vivimos en el sur: un proyecto que se ha engordado a base de incumplir leyes y sentencias, forzando hasta sus límites el Estado de Derecho y la Constitución.
Todos suponíamos que las fuerzas de izquierda eran, en teoría, defensoras del principio de igualdad y que, salvo despistes u ofuscaciones, apoyaban la solidaridad entre zonas ricas y pobres de España. Pero seguramente la igualdad y la solidaridad se han convertido ya en valores anticuados, propios de la vieja Constitución de 1978 de dudosos orígenes franquistas. Unos principios defendidos por la casta, mientras que la "gente" de hoy ya no se preocupa por esas zarandajas propias de antiguos burgueses afrancesados, escasamente sensibles a las innovaciones de los nuevos tiempos. Ahora la clave está en la diferencia.
De esta manera la estrategia de la ambigüedad contribuye a reforzar las posiciones de quienes defienden la independencia de Cataluña, o de quienes apoyan que los catalanes se queden con sus propios recursos y así desaparezca cualquier solidaridad con el atrasado sur. Porque lo que Cataluña se lleve de más en esta operación será lo que Andalucía se llevará de menos.
Y en esa ambigüedad entran ahora quienes defienden una reformulación de las reglas de juego, para que los viejos instrumentos del poder (la monarquía, la Constitución, o los principios de igualdad y solidaridad) acaben saltando por los aires y poder diseñar un nuevo modelo surgido de un proceso constituyente iniciado desde abajo.
Pero si Cataluña is different, alguien debería explicarnos cómo vamos a hacer para cubrir con menos recursos las necesidades de un sur atrasado, con tasas exorbitantes de paro, con una joven generación estrangulada en la más absoluta nada y con un tejido empresarial que tras la crisis está más desarbolado que nunca. Siguiendo la estrategia de Pablo Iglesias, será cuestión de organizar un referéndum y después "ya veremos". Aunque no cabe duda de que, cuando los politólogos de Podemos lleguen al poder, todo será distinto: las calles cambiarán de nombre, las ceremonias religiosas serán sustituidas por eventos laicos, las chaquetas y corbatas serán desplazadas de cualquier protocolo, y los símbolos monárquicos serán sustituidos por otros republicanos y progresistas.
Y los principios de solidaridad y de igualdad podrán darse también por superados: valores obsoletos de épocas pasadas. Por eso, si Cataluña is different, el triunfo histórico de la burguesía catalanista en su apuesta por la independencia tendrá que ser saludado como una muestra de democracia y de progresismo.
Uno piensa, en su humilde ignorancia -y pidiendo perdón por ello- que los valores de igualdad y de solidaridad son principios irrenunciables de toda convivencia civilizada; que los egoísmos de las clases altas y de los pueblos ricos no tienen cabida en un orden civilizado que se proclama constitucional y democrático. Que la pretensión de independencia de Cataluña es un montaje que ni los propios catalanes saben a estas alturas cómo parar, y que los pueblos pobres no debemos dejarnos caer en la ambigüedad o en la apatía dando por buenas unas pretensiones que, en el fondo, son ilegítimas y perjudiciales para el atrasado sur. Que no debemos dejarnos avasallar por los ricos del norte.
Uno piensa que las necesidades estratégicas de las fuerzas políticas no deben conducir al debilitamiento de ciertos valores que constituyen la esencia misma de la democracia. Que las instituciones inclusivas que permiten el desarrollo de los países se fundamentan en los principios de igualdad y solidaridad, y en la prohibición de todo tipo de privilegios a favor de los más poderosos. Uno piensa que los imaginarios colectivos no deberían sobrepasar su dimensión meramente cultural ni derribar los grandes valores que fundamentan el orden de las democracias civilizadas: valores que son o deben ser válidos para todos, y que no debemos trocear o fragmentar.
Uno piensa todas estas tonterías, seguramente obnubilado por los calores de este sur africano y por la desesperanza de seguir creyendo en ciertos valores que en otros tiempos fueron la bandera de la izquierda.
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