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Elsábado estaba viendo un partido en la tele y en el descanso le eché una ojeada al móvil. Cayetana Alvarez de Toledo había anunciado en Twitter que esa noche estaría en FAQS, el programa de TV3. Así que cuando acabó el derbi barcelonés -con Xavi ha vuelto el Barça dels valors, y el equipo ya gana con ayuda arbitral-, sintonicé, no sin cierta prevención, la televisión pública catalana. En ese momento, entrevistaban a Lluís Llach que, sin su inseparable gorro de lana, exhibía alopecia e indigencia intelectual. El viejo cantautor libertario, devenido en matón supremacista. El clima era cómplice, devoto incluso. Sólo Javier Gállego, que ejerce de cuota castellanohablante en un programa indisimuladamente xenófobo, le planteó alguna cuestión mínimamente incómoda. La cosa acabó entre risas y coba y Llach se fue con la música -y la estaca- a otra parte. Entonces llegó Cayetana. La conductora la recibió en catalán con una inquietud: si dejaría el partido y el escaño tras las críticas de la dirección del PP por su nuevo libro. Cayetana, antes de contestar, quiso hacer una aclaración: "Ustedes han decidido que esta entrevista se desarrolle en catalán y me han llamado para preguntarme si quería utilizar un pinganillo. Yo he explicado que no lo quería, que espero entender todo lo que usted me diga, pero que entre españoles el pinganillo no es necesario". CATwoman, que no deja una batalla sin librar, siempre cargada de razones y argumentos que defiende, además, de manera elocuente, continuó: "Eso es como dar a entender que soy extranjera, que el castellano es una lengua extranjera en Cataluña. Y el castellano no sólo es la lengua común, la que nos permite comunicarnos a usted y a mí, sino que es, además, mayoritaria en esta Comunidad". Luego le recordó, como ya había hecho en la emisora del Conde de Godó -Grande de España-, la importancia de la cortesía: "Si tenemos un idioma en el que nos podemos entender todos de manera más fluida, es un gesto de cordialidad utilizarlo. Pero es verdad que el nacionalismo suele ser incompatible con la cordialidad". Háblame, trucho, que no te escucho. Cuando llegó el turno de los tertulianos, un señor gordito con gafas redondas, la llamó, en un alarde de originalidad, señora marquesa y afirmó que en Cataluña sólo existía una lengua. Terminada la entrevista, la presentadora se fue a Londres a preguntarle a Paul Preston si tenía la impresión de que en España continuaba vigente el franquismo. "Clar", contestó el inglés. Lo que no dijo es que en el siglo XXI, en nuestro país, Franco y sus secuaces hablan catalán.
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