Juan Alfonso Romero
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Un gran hombre, un gran artista, ha muerto. Julio Fernández-Ceballos, conocido para el arte pictórico andaluz como Julio Ceballos, nos ha dejado huérfanos a todos aquellos que le conocimos y le quisimos tanto.
Julio nació en Chipiona, pero amaba a muchos pueblos y ciudades en las que fue dejando huellas a lo largo de su fecunda vida artística y social. En especial, en Sanlúcar de Barrameda dejó constancia de su amor y entrega en gran cantidad de ocasiones. Le tenía un cariño especial a esta ciudad por haber sido aquí donde realizó sus estudios primarios en el Colegio de los Hermanos Maristas de Bonanza. Pero, además, pasó después en ella muchas temporadas, dedicándole una parte de sus magníficas pinturas, realizando carteles, organizando actos culturales e implicándose en la investigación de diversas obras de arte presentes en iglesias o colecciones particulares. Como vocal de la Comisión de Arte Sacro del obispado de Asidonia Jerez realizó una labor de control y vigilancia del patrimonio de la diócesis, que le consultaba determinadas cuestiones debido al gran conocimiento que poseía en el ámbito histórico-artístico.
Ceballos realizó varias exposiciones de su obra en Sanlúcar, alcanzando un gran número de visitas y unas excelentes críticas. También colaboró muchos años con el Festival Internacional de Música ‘A orillas del Guadalquivir’, mediante su generosidad y patronazgo, prestando su obra para divulgar internacionalmente el evento y realizando exposiciones en paralelo con dicho Festival. Una de sus obras de temática musical fue regalada al Ayuntamiento de Sanlúcar y se colocó de manera permanente en el Auditorio de la Merced.
A través de Juventudes Musicales realizó también una labor de mecenazgo a favor de los jóvenes músicos sanluqueños, a los que ofreció su casa para presentarse ante el público de Chipiona. Organizó multitud de conciertos y fue el fundador de dicha Asociación en la vecina ciudad, además del Festival de Música de Chipiona, que aún se celebra todos los veranos.
Por desgracia, su gran proyecto, el Centro Internacional de la Música, que contó con el visto bueno de la UNESCO y de otras grandes corporaciones internacionales, no pudo ver la luz por la tacañería y miopía de las instituciones que hubieran sido las más beneficiadas por tan magna empresa. O sea, las más cercanas. Fueron muchas horas y años de trabajo, y una ilusión a raudales, las que empleó Julio Ceballos en este maravilloso proyecto cultural y educativo que se iba a situar en los antiguos pabellones sanitarios creados por el doctor Tolosa Latour junto al Santuario de Regla. Su no implantación le ocasionó un gran disgusto que le acarreó graves problemas de salud, además de otras muchas complicaciones personales.
Viajero apasionado, recorrió numerosas ciudades europeas buscando la belleza que él sabía encontrar en los detalles más simples e inadvertidos como en los más excelsos. Esa era una de sus grandes virtudes, además de la generosidad de la que siempre hizo gala, el mostrar esa belleza que se oculta a los profanos y que él, artista integral y completo, reconocía y compartía con los demás. Nadie permanecía igual después de conocerlo. Julio Ceballos impregnaba con su arte y su savoir vivre a todo el que se cruzaba en su camino. En el campo de la pintura es uno de los mejores, de los más adelantados y originales pintores del pasado siglo XX y principios del XXI. Deja una obra grandiosa, excelente y genial. Es pues una obligación homenajear de forma pública a una persona tan entregada en pro de la Cultura y el Arte. A un auténtico mecenas que siempre levantó la antorcha del progreso a través de la educación artística y musical. Sanlúcar de Barrameda, y en general, la provincia de Cádiz están en deuda con Ceballos. Su gran altruismo y su arte personal quedarán siempre en el recuerdo de los que le conocimos y gozamos de su amistad. Y su pintura, a la que restó muchas horas dedicadas a su labor social y cultural, seguro que se irá revalorizando con el tiempo, como ha ocurrido con tantos genios. Porque Julio era un genio.
Incomprendido y contradictorio, rebelde y magnánimo, curioso y extravagante. Muy amigo de sus amigos, se podía permitir licencias familiares, pues nos trataba con tal cordialidad que siempre nos causaba admiración, sorpresa y gratitud. Le gustaba siempre parafrasear a Unamuno: “Levanta a tus amigos, porque en su grandeza está tu propia grandeza”. Y siempre esperaba la reacción aprobatoria de su interlocutor para replicarle: “Pues la frase no es de Unamuno, sino mía. Pero si digo que es mía previamente, no le hubieras prestado atención”. Lo dicho: un genio.
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