El microscopio
La baza de la estabilidad
La Crestería
Jerez/Es una pena que muchos cofrades crean que la hermandad es un cortijo o coto privado de caza donde solo ellos pueden dar carnés de cofrades aptos o no aptos. Sí, ocurre. Y todo aquel que lea esta columna lo sabe, aunque se identifique con esos pontífices o telepredicadores que dicen que a las hermandades hay que llegar para servir y no para ser servidos. A Dios rogando…
Lo de los cotos privados en las cofradías lo es y es así. Y todo aquel que no lo piense que me ofrezca un argumento de peso para cambiar de opinión. Pero las hermandades no son cotos privados para su caza siempre interesada. Y es precisamente eso lo que he visto y he sentido este fin de semana en mis hermandades.
En una de ellas hemos ensayado para ese coro de categoría que se está montando de cara a las zambombas. Arte y compás por donde quieras. Ensayos para la afinación y para que el ‘Marinerito’ salga con el compás propio del barrio que todos sabéis.
Por otro lado, en mi otra hermandad, una piña para arreglar y adecentar los altares donde reciben cultos las imágenes. Todos a una como Fuenteovejuna. Sin corbateo ni varas ni brillantina. Desde fregar el suelo hasta quitar el polvo de los retablos.
Este fin de semana me he acercado a lo que debe de ser una verdadera hermandad. Sin fundamentos para subir o bajar la barrera. Sin carnés para entregar y con el servicio por delante. Sin intentar servirse nadie de ella con una especie de mitra puesta. Unos cantando en mi barrio y otros adecentando con la escoba los altares de una iglesia de centro. Cofradías distintas, pero con un mismo empeño: hacer hermandad.
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