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En tránsito
El otro día me apetecía ver una buena comedia, así que me puse a buscar en el catálogo de Netflix –o quizá era en Filmin–, pero al cabo de un buen rato tuve que desistir. Si no eran comedias clásicas de los años 50 y 60, o bien comedias estúpidas con argumentos bochornosos –por lo general francesas–, fue imposible encontrar una buena comedia contemporánea; es decir, una comedia con diálogos ingeniosos, grandes secundarios y ese burbujeo chispeante que te deja en el alma una película de Billy Willder. Pues no, imposible. En cambio, la programación ofrecía cientos de películas con historias de frustración, locura, soledad y violencia. El cine español, por cierto, parecía haberse especializado en historias de incurables heridas íntimas. Bastaba leer las sinopsis para encontrarse con un catálogo inacabable de males existenciales. Cientos de personajes –fundamentalmente femeninos– vivían instalados en una especie de congoja existencial inmutable. ¿Por qué sufrían tanto esos personajes? Por muchos motivos: porque vivían solos. Porque no vivían solos. Porque tenían pareja. Porque no tenían pareja. Porque tenían hijos. Porque no tenían hijos. Porque tenían un hijo de ocho años que quería ser una niña. Porque tenían una hija de ocho años que quería ser un niño. Porque tenían trabajo. Porque no tenían trabajo. Porque tenían vecinos. Porque no tenían vecinos. Porque ganaban poco. Porque ganaban mucho. Porque tenían gatos. Porque no tenían gatos. Porque se llevaban mal con sus padres. Porque no tenían padres. Porque desearían no haber tenido padres. Y podríamos seguir y seguir.
Es curioso, pero si hacemos memoria, es imposible encontrar un personaje famoso de la literatura o del cine actual que haya tenido una vida razonablemente feliz. Ni siquiera sería posible encontrarse un personaje –masculino o femenino– que tuviera un carácter fundamentalmente alegre y risueño, y no digamos bondadoso (la bondad parece haberse extinguido de nuestra psicología contemporánea). Pues no, para nada. Lo que nos ofrece el arte actual es un retrato ininterrumpido de todas las variedades posibles de esa emoción oscura que Freud identificaba con la palabra Angst: un concepto que unía la angustia, el miedo y la culpa, todo a la vez. ¿Por qué? Tal vez porque vivimos en el último círculo del Infierno, ¿no creen?
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Gracias, Errejón