Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Aún no ha finalizado el verano y ya nos anuncian la cartelera de espectáculos para el otoño que viene. Las sesiones teatrales estarán copadas por la clase dirigente, la casta según los últimos actores llegados al reparto, que pasarán del silencio conveniente al griterío necesario. Y es que el ser humano, que ha evolucionado mucho en artilugios y aditamentos externos, pero muy poco en lo que a inteligencia se refiere, se sigue dejando embaucar por los voceadores y vendedores de humo que salen a escena cada cuatro años más o menos. No se entiende cómo la palabra, o mejor dicho el palabrerío, conservan su capacidad de mover voluntades en los tiempos que corren.
La puesta en escena está próxima a llegar. La sesión inaugural aún no tiene fecha, pero ya se está iniciando el casting de actores y el reparto de papeles estelares para que todo esté listo el día de la función principal. El público a lo que le echen. No hay más que ver las cifras de audiencias de las diversas cadenas televisivas para adivinar el nivel cultural del auditorio. En esta función hay entradas de claque, con obligación de aplaudir, de convite, como en los toros, con derecho a bocadillo y refresco, de iluso y despistado simple que sale sin haberse enterado de qué iba el argumento.
Como en la italiana commedia dell'arte cada uno representará su papel intentando no salirse de él. Se trata de profesionales que actúan para defender su pan y que fuera del guión tendrían difícil la subsistencia. Con las cosas de comer no se juega. El público sabe que asiste a una farsa, a una representación, pero al fin y al cabo la vida no es más que eso. Aquí cada uno representa su papel y de lo que se trata es de aceptarlo y no salirse de él. En las representaciones teatrales ya no existe la figura del apuntador; no hace falta. Todos actúan y sobreactúan con la suficiencia y la soltura que dan el tiempo y la experiencia. Son muchas las tablas y las horas de escena que muchos llevan encima para cometer errores de principiante. No hay lugar para la equivocación. Luego serán los medios afines y subvencionados los que echarán el resto. Les llegará su momento como ocurría con los sobres que los apoderados daban a los críticos taurinos. Pronto todo volverá a su ser y cada uno regresará a su sitio como en la canción de Serrat, el rico a sus negocios, el pobre a su pobreza y el señor cura a sus misas.
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