Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Alto y claro
La frase suena desde siempre en la alta política norteamericana, tan bien reflejada en series como House of Cards o El ala oeste. Sirve para describir el ambiente de navajeos, traiciones, deslealtades y engaños que es el pan de cada día en los aledaños de la Casa Blanca o del Capitolio: en Washington, si quieres un amigo, cómprate un perro. Hagan la correspondiente traslación de lugar y sustituyan los grandes edificios institucionales del distrito federal por la mucho menos aparente Moncloa y no nos costará mucho imaginar a Ábalos, a Juan Carlos Campo, a Iceta o al mismísimo Iván Redondo haciendo cola a las puertas de la tienda de mascotas. Pedro Sánchez ha ejecutado el cambio del Gobierno con la frialdad de un killer sin sentimientos, lo que en política parece que es más un mérito que un demérito. No le ha importado que alguno de los que ha puesto en la calle sin previo aviso fueran precisamente los que más han dado la cara por él en los momentos difíciles y se han expuesto a un desgate máximo para que la figura del presidente quedara lo menos tocada posible.
Acabamos de ver, por ejemplo, como un juez de carrera, con todo lo que ello implica, le daba la espalda como ministro de Justicia al Tribunal Supremo para justificar unos indultos injustificables. El empeño le ha costado el cargo y hoy es un cesante señalado con el dedo por el estamento judicial. No hay que tener mucha memoria para recordar a José Luis Ábalos arrastrando su prestigio personal por las pistas del aeropuerto de Barajas a cuenta del chusco episodio de la ministra venezolana y su extraña escala en Madrid. Y cualquiera en el PSOE puede contar lo que significó Ábalos en el peregrinaje de Sánchez por las agrupaciones de toda España cuando Susana Díaz le pegó la patada que ahora él le acaba de devolver con intereses.
Pero quizás el caso que mejor refleja hasta qué punto la política es hoy el reino de la navaja sea el de Iván Redondo, por cuyas manos fluía el poder y que cometió el error de querer más notoriedad de la que el jefe podía admitir. Redondo, un tipo que lo mismo subía a un alcalde del PP con fama de racista que diseñaba una moción de censura contra el mismo PP y además la ganaba, fue el inventor del sanchismo tal y como hoy lo conocemos. Sánchez lo ha ejecutado sin ni siquiera pestañear. Es la lección que ha aprendido de sus mayores y que transmite ya a los que son más jóvenes. Cualquier día también a él le toca comprarse un perro.
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