La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Desde mi córner
LAS vueltas y revueltas que tiene el fútbol. Tras una temporada excepcional de Messi y sólo mejorada por Cristiano en su tramo final, las cosas ya no son como eran. Mientras Messi anda agobiado con la condena de casi dos años de cárcel, Cristiano le ha dado la vuelta a la tortilla con el testarazo que abrió la lata galesa. Todo se ha borrado de un plumazo y sólo existe Cristiano Ronaldo para el que ya imploran el Balón de Oro.
Ya se ha olvidado su Liga y los primeros partidos de la Eurocopa, ese torneo que ha proclamado finalista a una tercera de grupo. Esa tercera de grupo que hasta la cita con Gales no había ganado un solo partido en los noventa minutos es Portugal, el equipo que gira en torno de Cristiano como la Tierra gira alrededor del Sol. Y aunque su particularísimo astro rey tardó en aparecer más de lo esperado, su tardía aparición ha generado un tsunami en demanda del balón áureo.
Los mismos que piden tan anticipadamente el preciado galardón para el luso braman contra su eterno rival en demanda de una especie de muerte civil por sus regates a Hacienda. Tan desmesurado es el fervor hacia un futbolista enorme como la inquina hacia el mejor que vieron mis ojos. Es cosa de esa rivalidad que hace que el fútbol sea el espectáculo más seguido del orbe, pero cuando se observan las cosas desde fuera de dicho encono se ven febrilmente ridículas.
Los elogios a Cristiano son tan desmedidos como los epítetos a Messi, un ignorante que sólo sabe jugar al fútbol mejor que nadie y que dejó que esa máquina de hacer dinero que tiene en la zurda la manejase su padre. Y como un padre siempre quiere lo mejor para su hijo, incluso para sí mismo, su gestión ha tenido efecto boomerang para propiciarle un daño incalculable a la imagen de su vástago. Hogaño, la imagen es lo que manda y cuando el becerro de oro se mancha...
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