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A contraluz
NUNCA se ha dejado de darles caza: son los cristianos perseguidos. En África y Asia, ser cristiano es un acto de heroicidad, o de locura. La reciente masacre de 149 estudiantes cristianos en la Universidad de Kenia mientras rezaban, es sólo un pequeño ejemplo de lo que ocurre en más de 50 países donde la barbarie, el terrorismo y la teocracia yihadista cuentan por miles las ejecuciones, las violaciones y la tortura. Son más de 150 millones los cristianos que sufren alguna discriminación, ya sea a mano de miembros de otras religiones o bajo regímenes totalitarios. Cada 11 minutos, un cristiano es asesinado; es con mucha diferencia la religión más perseguida. Ahora que celebramos el 500 aniversario del nacimiento de Santa Teresa, cuyo anhelo con sólo 7 añitos era partir a tierras de moros para morir mártir, es justo recordar que mientras en el resto del planeta, miles de personas dan testimonio de una coherencia increíble a nuestros ojos, Europa busca maneras cada vez más refinadas de renunciar a sus raíces cristianas. No faltará quien afirme que la primera religión perseguidora en Europa fue la cristiana; y, sin quitar un ápice de las sombras de esta historia, ni con mucho esfuerzo podemos compararlo a la situación que vive el cristiano hoy en el resto del mundo. Occidente- donde con no pocas dificultades-, imperan las democracias liberales, ha construido la parte vital de su estructura al cobijo de los principios cristianos, única religión donde el fiel es además, y ante todo, persona; concepto que no existe en ninguna otra confesión. Precisamente porque la religión cristiana no es impuesta, sino propuesta, el occidental- al margen de que se considere o no creyente-, no debe olvidar sus raíces, porque eso es lo que le hace superior a otras civilizaciones. Sí, he dicho superior, aunque a algunos duela.
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