La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Su propio afán
Los violentos altercados en Francia desconciertan y alarman. Sería fácil –no sé si se hará– poner nuestras barbas a remojar viendo los barrios del vecino ardiendo. Una política de fronteras abiertas termina generando bolsas de pobreza y marginación, que explotan en gravísimos conflictos. Hay otra lección: la preparación de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Tienen que estar bien entrenados, equipados, pagados y salvaguardados en sus acciones por la ley y la opinión pública. Son la delgada línea roja que defiende a la sociedad de la barbarie.
Vemos las barbas del vecino pelar, sí, pero también arden los bigotes, y esos nadie los ve. Los sucesos de Francia no sólo evidencian los fracasos de la política de inmigración, de la utopía multiculturalista y de la seguridad. También son la prueba del desmoronamiento educativo más lacerante. Siendo universal, gratuita y obligatoria la educación secundaria, toda esa muchedumbre que sale vandalizando la ciudad y gritando que no son franceses… ha pasado por las aulas de uno en uno con un aprovechamiento a todas luces insuficiente.
Comprobamos la impotencia de la educación en Francia y algo muchísimo peor. La imposibilidad de arreglar el problema social. Siendo nativos franceses, la única esperanza a medio plazo (a corto sólo la policía puede poner orden) sería una educación eficiente que integrase en la sociedad a todos los alumnos, y que además les enseñase los principios occidentales de tolerancia con el diferente, de respeto a las normas de convivencia y de agradecimiento a la patria.
También aquí los españoles estamos a tiempo (o con algo más de tiempo), pero para eso hay que dotar a las escuelas como decíamos que hay que dotar a las fuerzas de seguridad. Con medios, con leyes que respalden la autoridad de maestros y profesores, y con sistemas educativos que no mareen la perdiz con burocracias, eufemismos y maquillaje de resultados, sino que vayan a lo esencial de antaño. Buena educación, cultura, estudio, trabajo, orden… Y alegría para transmitir una visión compartida del mundo, de España y de la democracia que resulte atractiva y contagiosa.
A medio plazo, los cuerpos especiales de nuestra civilización son los profesores. Siempre lo han sido, pero ahora están en la línea de choque. Cuando se hace (que es casi nunca) el conveniente repaso de las lecciones de Francia, jamás deberíamos olvidarnos de a los profesores.
También te puede interesar
La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Memoria de Auschwitz
La colmena
Magdalena Trillo
Gracias, Errejón