Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Una alumna me contaba que, entre sus propósitos, está leerle a su hija por las noches hasta que ella aprenda a leer por su cuenta (y riesgo). Se lo aplaudí…, y no quise adelantarle acontecimientos: mis hijos tienen 10 y 9 años y les sigo leyendo. Han cogido la costumbre y, pequeños tradis, no perdonan un día. Me veo esperando a que vuelvan de salir en la temida adolescencia para el capítulo de rigor. No me quejo, porque leer en voz alta, como en la venta de don Quijote, es placer redoblado. Aunque lento, porque ahora, tras cada párrafo, comentamos la jugada, tanto la argumental de la trama como estilística del autor. Lento, pero delicioso.
Pero peligroso, porque esto se parece mucho a leer de claro en claro, lo que tiene sus consecuencias. Ahora estamos leyendo las historias de Arsène Lupin, caballero ladrón, con un inquietante interés.
Tendría que haber empezado a sospechar cuando mi hija me confesó planes complejísimos de guante blanco. Por ejemplo, mangarle a su tía del bolso la tarjeta de crédito, pedir un taxi, invitar a una amiga a almorzar a una hamburguesería y volver a tiempo de introducir la tarjeta en el bolso antes de que sea echada en falta. Se lo desaconsejé. Por la hamburguesería. Hay que pensar a lo grande, sobre todo con el dinero de los demás. Que vea donde almuerzan los políticos. «Ah», lo entendió.
Como era de temer, ya ha pasado en acción. Ha aprovechado un recreo para regresar sigilosamente al aula cerrada y encontrar pruebas de que una compañerita avispada había usado cierto apoyo logístico para un examen. Le he preguntado si ha borrado las huellas y si ha guardado silencio. Primero, porque entre damiselas ladronas ha de imperar el corporativismo; segundo, porque peor que usar una chuleta es andar en incursiones subrepticias y extraoficiales en pupitres ajenos.
Y tercero, porque si le ponen un parte de conducta, será más que merecido y yo ni podré excusarla, ni podré reñirle, ni podré explicar a la directora que envenené a la niña con la tinta de las aventuras del caballero ladrón. Por suerte, Lupin también enseña a apechugar con las consecuencias. Cuando le pilla Ganimard, acepta ir a la cárcel con deportividad, aunque, eso sí, advirtiendo que estará allí el tiempo que le plazca y ni un minuto más, ay. Estoy deseando, en fin, acabar el libro para empezar, no sé, Las virtudes burguesas. Ética para la era del comercio de Deirdre N. McCloskey.
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