Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Resulta difícil clasificar a El Roto dentro de nuestra sátira: de lo que no puede caber ninguna duda es de que no se trata de un humorista, un caricaturista al uso.
Rara vez vamos a reconocer, por ejemplo, en sus viñetas a algún personaje de la actualidad política o social. No le interesan. Es mucho más universal.
Andrés Rábago (El Roto) es, además de un creador de imágenes potentes, un pensador, un lúcido epigramista que se expresa simultáneamente mediante el lenguaje y el dibujo.
Está en la tradición, salvadas las distancias que se quiera, de Francisco de Goya, del que se ha declarado muchas veces admirador y cuya influencia en su obra, sobre todo la última, es notable.
Día tras día en El País, y también en sus libros, que aparecen con una periodicidad casi anual y recogen sus trabajos periodísticos, El Roto lanza continuos dardos a nuestra conciencia.
Es como el canario en la mina, que nos advierte de lo que está sucediendo en torno nuestro, las más de las veces sin que nos demos plena cuenta de ello.
Su tono tiene cada vez tonos más bíblicos, uno diría incluso apocalípticos, que recuerdan al Águila de Patmos.
Su último libro, totalmente original, se titula justamente 'La Línea Roja', y se nos antoja una advertencia sobre algo a lo que nos parecemos acercarnos inexorablemente pero que no deberíamos cruzar.
Lo publica 'Libros del Zorro Rojo', que ya editó su obra 'Oh, la l´Art!', una aguda sátira sobre la mercantilización y la superficialidad de buena parte del arte actual.
Él mismo nos avisa en un sucinto prefacio: “La línea roja es un límite mental y también físico. Límite ampliamente traspasado por una cultura que hace tiempo perdió las referencias….”. “Hoy asistimos, falsamente sorprendidos- continúa- a las consecuencias de nuestros actos, pero las percibimos como algo ajeno a nuestra responsabilidad”.
En nuestro estado “semihipnótico, nos creemos a salvo de las inevitables consecuencias de nuestras carencias”. Consecuencias, añadiría uno, de la que la principal es sin duda la destrucción acelerada del planeta por un capitalismo egoísta y desenfrenado.
'La línea roja' abunda en advertencias sobre los peligros que nos acechan como humanidad y hacia los que nos encaminamos, cegados, como él mismo escribe, por “atractivos espejismos que nos mantienen narcotizados”.
En uno de sus dibujos más impactantes aparece un rostro que nos mira con ojos como de visionario rodeado de una multitud de cabezas vistas por detrás. La leyenda que lo acompaña es “Multitud caminando de espaldas para no ver a dónde la llevan”. ¿Se puede expresar con mayor laconismo lo que nos sucede en la era de internet y de los populismos?
Otros dibujos aluden a las grandes tragedias de nuestro tiempo como la muerte en los mares de tantos seres humanos huidos de la miseria y de las guerras: “Cubrieron a los ahogados con tela asfáltica para que pareciese chapapote”.
No faltan tampoco, como en otros libros suyos anteriores, referencias a la situación de la mujer como en el dibujo, de claras resonancias goyescas, titulado “¡Cuánto la quería”, en el que una mano gigantesca de hombre oprime por la cintura a un ser del sexo opuesto.
El dibujo con el que se cierra el libro, titulado en inglés 'The End', no podría ser más apocalíptico: vemos en él un avión que se dirige ciegamente hacia la doble hélice del ADN que parecen evocar las Torres Gemelas neoyorquinas, en lo que cabe interpretar como una advertencia sobre los peligros de la ingeniería genética.
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