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La baza de la estabilidad
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Poco a poco vamos viendo que don Pedro Sánchez y don Pablo Iglesias se han repartido las tareas en esto de gobernar España: don Pedro, perfil adusto, guapo acerado, lámina de nadador antiguo, se ocupa de la agenda exterior del país, en un vértigo incesante de aviones y escenas palaciegas del que aún no se ha apeado para decirnos algo. Don Pablo, "burgués al hispánico modo", que decía don Juan Marichal refiriéndose a Torres Villarroel, don Pablo, digo, ha optado por disfrazarse de mileurista para hablar con las fuerzas de la reacción ibérica, ya sea en la versión carcelaria e iluminista de don Oriol Junqueras, ya en la modalidad errante que inauguró don Carles Puigdemont, camino de su exilio belga, ya en su expresión más reposada y fiable, tipo caja rural, que representa don Iñigo Urkullu. El asunto, en cualquier caso, es que el Gobierno de progreso del señor Sánchez empieza a parecerse a un Gobierno de "regreso".
Ya decía don Manuel Fraga, a quien nadie pudo acusar de ser un hombre de izquierdas, que el PNV era el partido más a la derecha del Parlamento europeo. Extremo este que los legatarios de don Sabino Arana nunca se han molestado en desmentir, y no parece que vayan a empezar en breve. Tampoco es necesario recordar hacia dónde escoraba el antiguo partido del señor Puigdemont, partido que compartía con el señor Mas, el señor Pujol y un largo etcétera de financistas. Digamos que todo esto no son más que meras evidencias, no exentas de nostalgia, dado que de aquella mesocracia nacionalista, de aquella meritocracia ahorrativa (véase al propio señor Pujol y su avezada prole), apenas queda la mandíbula liofilizada de don Artur Mas. Y en cuanto al señor Junqueras, digamos también, por resumir, que es conocido desde antiguo el resultado de mezclar el nacionalismo con el socialismo; resultado que cosechó muchos admiradores en el País Vasco del señor Otegi, y cuya destilación última es un concepto acre, inhóspito y mezquino de la patria. Con lo cual, ya nos explicará el señor Iglesias cómo piensa barajar unos presupuestos "progresistas" con esta colección de arcaísmos.
Todo esto queda dicho, claro, sin pararnos a pensar en la extravagante compañía con la que se adorna el gobierno, y si resulta oportuno gobernar España con quienes deploran su mera existencia. Sobre estos asuntos también debiera meditar el presidente Sánchez entre un avión y otro, entre un país y el siguiente, antes de que el señor Urkullu le requise el avión como adelanto presupuestario.
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