Francisco Bejarano

Derechos sobre el papel

HABLANDO EN EL DESIERTO

10 de diciembre 2010 - 01:00

ASÍ deben ser las buenas leyes, justas sobre el papel. Luego, según la interpretación que se haga de ellas o la ideología dominante, se aplicarán de una manera o de otra, o no se aplicarán. La proclamación de los Derechos Humanos se hizo para que fueran universales y ningún país se escabullera de sus obligaciones humanitarias. Más adelante se le añadió un apéndice: la justicia universal. Si los derechos humanos no se respetan casi en ninguna parte, la justicia universal no pasa de ser una norma de pretensión, pero está bien que consten por si algún día pudieran respetarse. Los más celosos en reclamarlos, porque de verdad creen que se respetan, son los inmigrantes llegados desde las tiranías del mundo, siquiera sea para resarcirse de que en su tierra reclamar un derecho y pasar a mejor vida van seguidos. Los europeos no solemos protestar sino cuando se conculcan los elementales descaradamente y, por descontado, no pedimos reciprocidad en los lugares de origen de los inmigrantes.

Según la moda, la plebe acoge favorablemente errores y aciertos, mentiras y verdades sin distinción, porque la muchedumbre acepta lo que se le diga siempre que le suene bien y lo adivine como un derecho nuevo. Para colar el aborto y la eutanasia, además de ponerle otros nombres, han tenido que disfrazarlos de derechos, a pesar de estar en contradicción con los humanos. Si se hubieran presentado en lenguaje tradicional y con información cumplida, estarían desprestigiados desde el principio. Esto, más todo lo que podríamos añadir, nos hace entrar en sospechas de que los derechos humanos se proclamaron a sabiendas de que no se iban a cumplir, como una norma moral más, parecida a las de las religiosas antiguas: las Naciones Unidas han sustituido a la clase sacerdotal y cada país cuenta con un clero que añade a las disposiciones generales lo que se le ocurre en cada momento para domar al vulgo.

Los 'tortas' del progresismo creen que los derechos humanos están para cumplirlos al pie de la letra urbi et orbe. No dejan pasar ni uno y organizan manifestaciones, por minoritarias que sean, plataformas y oenegés para defenderlos. Después se encuentran con guerras, catástrofes, fanatismos o gente exaltada y loca y se dan cuenta de que los códigos morales obligan sólo moralmente, o que cada circunstancia tiene su moral, o que hay morales particulares, tan buenas como cualquiera. No todo el mundo tiene el cerebro cuadriculado. Y se encuentran con regímenes políticos autoproclamados de izquierdas que se saltan los derechos divinos y humanos y se molestan si se les recuerda la dejación. La modernidad consistiría en defender contracorriente los derechos humanos o su suspensión, según el ambiente social en el que vivamos. De momento están bien sobre el papel por si algún día lejano hubiera ocasión de respetarlos.

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