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La geometría variable dibuja extraños cuerpos en el Congreso. El Gobierno pacta, a la vez, con Ciudadanos, PNV y Bildu, y ninguno de los tres son compatibles entre sí, de ahí el secretismo con el que PSOE y Unidas Podemos llevaron el acuerdo con los abertzales hasta hacerlo público después de la votación del quinto estado de alarma. ¿Para qué? ¿Tanto valor tienen las abstenciones de Bildu?
Son preguntas de difícil respuesta, de ahí el desconcierto que ese acuerdo ha generado en el propio Gobierno, en el PSOE, en los ejecutivos autonómicos socialistas, en el PNV y en Ciudadanos. Es una exposición pública de descrédito inútil, porque ni hacían falta las abstenciones de Bildu ni la reforma laboral se va a derogar antes de que acabe la pandemia. ¿De qué fuente lisérgica ha bebido Adriana Lastra para firmar la derogación de una ley que está sustenando los ERTE?
Lo peor de este papel no es el contenido del acuerdo -del que ni los firmantes tienen una única versión- ni el hecho que una parte de Bildu proceda del brazo político de una banda armada, ETA. No, lo peor, es que Pedro Sánchez vuelve a la casilla de salida de hace un año, o no es un presidente de fiar o cuenta en el Gobierno con un vicepresidente peligroso para los propios intereses del Ejecutivo, Pablo Iglesias. La respuesta está cerca de las dos opciones, pero sobre todo de la segunda.
El nuevo liderazgo de Inés Arrimadas y el apoyo consecutivo de Ciudadanos a las prórrogas del estado de alarma suponían una ventana en la caótica legislatura de la que veníamos, en la que los aliados del Gobierno son partidos a los que España les importa un comino. Con paciencia, cintura y sentido de Estado, quizás, sólo quizás, el PSOE podría haber compuesto un artefacto que se apoyase en Ciudadanos, en vez de en ERC, y en el PNV con la siempre atenta Ana Oramas, la canaria que siempre va una hora por delante. Es como si ya hubiese visto lo sucedido.
Pablo Iglesias está tan incómodo con el abrazo naranja como Gabriel Rufián, y actúa en consecuencia: ya se inventó aquello del impuesto de patrimonio poco después del primer apoyo de Arrimadas y ahora boicotea este inicio de entendimiento con ese pacto secreto, nocturno e inútil con Bildu. A Íñigo Urkullu se le han levantado las orejas de lobo vizcaíno, un frente de izquierdas parece reagruparse en la Meseta para echarle de Vitoria. Adriana Lastra es la cooperadora necesaria, pero no ha ido por libre.
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