Marco Antonio Velo
De Valencia a Jerez: Iván Duart, el rey de las paellas
Sigo con atención la sección sobre viviendas que tiene Ignacio Casas, haciendo honor a su apellido. Los palacios rehabilitados o los edificios de gente con gusto y dinero tienen un claro interés, en cambio las de clase media son todas iguales. Pero lo llamativo es que ninguna vivienda tiene libros, con la honrosa excepción de Yolanda Vallejo-Alberto Romero. No se ven bibliotecas, si aparece algún libro son unos cuantos más destinados a la decoración que a la lectura. Si van ustedes en tren, avión, autobús o metro, observará a la gente hipnotizada por sus móviles y solo una muy pequeña cantidad con un libro en las manos, por no hablar de que ya nadie lee periódicos. Incluso aquel año que el alcalde quiso ayudar al comercio local y se promocionó en redes sociales visitando tiendas de la ciudad, no fue a ninguna librería, y eso que presume de ser licenciado en Historia y profesor de esa materia. Resumen: la gente no lee, están pegados a las redes sociales, cada uno a la de su interés: los puretas a Facebook , la gente joven a Instagram, los más jóvenes a Tik Tok. Lo que presumen los catalanes de San Jordi, pues resulta que por las Ramblas iba todo el mundo con una rosa y una exigua minoría con un libro. Eso de que ese día regalan un libro y una rosa es mentira, propaganda que se hacen ellos para aparecer como un pueblo culto y cosmopolita cuando son tan intransigentes y dogmáticos como el que más, se pudo ver en el Nou Camp. Como aquel eslogan de hace décadas: todo está en los libros. Allí se puede viajar, soñar, pensar, sentir. Los libros son táctiles, sensuales, hacen que la gente pueda vivir otras vidas y conocer otros lugares. Lo primero que hago cuando voy a casa de alguien es mirar si tiene libros y cuántos tiene. Sospecho de quien no lee y no soporto a quienes presumen de lectores pero no compran libros. Qué decir de quienes se bajan, como ellos dicen, libros a algún dispositivo electrónico mediante el pirateo más abyecto. Cádiz siempre tuvo grandes librerías: Libros Cádiz, donde se reunía Marejada, Mignon, de Agustín Ollero, Cominero, La Marina,Las Libreras, de las que yo conozco que ya no existen. Quorum, Jaime, Manuel de Falla, La Ratonera, Plastilina, María Zambrano , esos maravillosos lugares donde encontrar al autor preferido, al libro que nos transportará a otros mundos. La FNAC, La Central, Casa del Libro, Rafael Alberti, Fuentetaja en Madrid. Caostica en Sevilla. Así tantos y tantos lugares donde encontrar el mundo y el estilo acorde con nuestros gustos. Las pantallas están acabando con la cultura. Eso de la generación más preparada de la historia es una mentira como la copa de un pino, si acaso la generación más abducida de la historia.
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