La ciudad y los días
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Cuarto de muestras
Las playas de Cádiz están de moda. Ayer mismo, estaba sentada en mi butaca leyendo plácidamente cuando, de repente, desembarcó un familión justo a mi lado. No eran una familia al uso. Discutían mucho. Al primero en llegar pude oírle decir “no hay moros en la costa, adelante”. Era Marlaska que venía abriendo camino. Detrás, con su andar vacilón, llegó Pedro Sánchez al que, todo hay que reconocerlo, se le ha relajado al fin la mandíbula. Venía casi a su lado, como para el estreno de Barbie, de rosa y rubio semi despeinado, Yolanda Díaz, comentándole muy bajito que compartía foniatra con Tamara Falcó y que se lo quería recomendar a Montero que chilla mucho. Llegó esta, con su aire popular, portando una gran fiambrera de pimientos fritos que pensaba equidistribuir entre los miembros del grupo. Reñía con Félix Bolaños que, siempre se siente un poco Calimero, porque le había tocado acarrear la tabla de paddle surf que es todo un tiesto y aun tendría que hincharla. El remo, lo llevaba Nadia, que iba con él intentando barrer para casa. Cuando parecían estar medio instalados hizo su aparición Rufián, pobrecito mío, con un bañador turbo negro y un bingo bajo el brazo, presumiendo de que él repartiría los cartones, sacaría las bolas del bombo y, por supuesto, cantaría todas las series. Ada Colau, con su aire de monja de colegio concertado, le reía las gracias mientras sacaba un termo con café para todos. El susto gordo vino cuando llegó la de Bildu con una olla Express, pues todos se acordaron de los atendados, pero no, esta vez, lo que traía era una carne en salsa con la que pensaba agasajar a la tribu. Por disimular miré al mar y me encontré a Zapatero, entre cándido y enajenado, que, dando vueltas con un hidropedal, anunciaba que el milenarismo va a llegar y pronto. Dios nos coja confesados. En la orilla, dos niñas muy enfadadas que decían llamarse Ione e Irene, sostenían con rabia unos puñados de arena que tirarían no se saben a quién, pero que pareciera sin querer. Cerca, estaba, bajo una sombrilla azul cielo, Feijóo, pensativo, preguntándose por qué en la playa y en la vida salta el levante cuando menos te lo esperas. Abascal desde el chiringuito contemplaba el panorama sin llenarse de arena. Me acerqué a Sánchez y a Feijóo y les pedí que fueran a dar un paseo juntos que era lo que queríamos todos. Ninguno hizo caso. Les seguiré contando.
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