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Dios es negra". La frase, leída en la pancarta de una manifestación, es un prodigio de concisión. Solo once letras para formar tres palabras: Dios, un ser con una dimensión inconmensurable (valga la paradoja); es, que anuncia la explicación de lo inexplicable, y negra que, a pesar de sugerir la oscuridad total, posee un contenido semántico diferente y sumamente rico. Efectivamente, negra quiere fijar la atención en dos formas de discriminación vigentes bien entrado el siglo XXI en el civilizado (¿civilizado?) mundo occidental: la de género y el racismo.
Es bien cierto que al Dios cristiano se le ha pintado, en su Trinidad, como un venerable anciano barbado, por supuesto blanco; una segunda persona, Cristo, que era también Dios encarnado en un varón; y uniéndose a ambos, un santo espíritu, incorpóreo por consiguiente, simbolizado por una paloma de inmaculada blancura. Estoy convencido, sin embargo, de que, desde el punto de vista teológico, no debería suponer un problema que el Padre, ente más allá de la historia y la biología, se cambiara por una Madre omnipotente y creadora, negra por añadidura. De hecho, la figura de la Diosa, negra o blanca, es capital en no pocas religiones. Este podría ser, si se aviniera a ello, un valioso gesto a favor de la paridad de género, tan en boga, por parte de la Iglesia. Aquí solo es una reflexión que puede venir a cuento cuando aún resuena el eco de las reivindicaciones femeninas del 8 de marzo.
La historia, por otra parte, nos explica los estragos de la discriminación racial, que suele caminar unida a la social. Como en el caso extremo del holocausto judío, la responsabilidad se reparte entre los causantes directos, los observadores interesados y complacientes y los que se limitan a mirar hacia otro lado.
Todavía, en el mundo desarrollado de hoy, los medios informan a menudo de sucesos en los que individuos con mentalidad supremacista abusan de ciudadanos de etnias que consideran inferiores. Y muchos aquí, que censuraban los muros proyectados por Trump, ven con naturalidad, e incluso reclaman, el establecimiento de otros muros físicos y legales, que impidan la llegada a personas de piel oscura que invaden nuestro mundo confortable, jugándose la vida porque al Sur, en África, mueren de hambre, sed y enfermedades curables. Ese tipo de discriminación sigue entre nosotros y tenemos motivos para sentirnos un tanto cómplices de ella.
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