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Jerez/Es Jerez de la Frontera una ciudad de archivos, pues su antigüedad y cuna favorecen el acumulo discreto y continuo de acciones y reacciones que se conforman en documentos y estos en fondos documentales o archivos. Quien conjuga, enfila y remata la buena adecuación y servicio de estos documentos son las archiveras y archiveros, artesanos del orden, guerreros del sinsentido y baluartes del patrimonio documental. Pues en esta nuestra ciudad hemos tenido un maestro de archiveros, un tótem de la cultura escrita y una estrella del pensamiento y la filosofía, un ser que dedicó su vida a los demás como presbítero, primero, pero, a su vez, como archivero haciendo catecumenado del saber tratar el pasado, conservar el futuro y disponer en el día a día de la bondad de enseñar y transmitir su oficio. Cuando hablamos de capitalidad cultural deberíamos hablar también de personas capitales, únicas y eternas, que con su quehacer y oficio han conservado los principios básicos del patrimonio, como es el acervo cultural y la memoria, en este caso de Jerez de la Frontera.
Domingo ha organizado, sí organizado, todo un compendio y crisol de archivos parroquiales, sistematizados y unificados por él y solo por él durante toda su vida, además de ser el precursor del actual archivo diocesano y obispado de Asidonia-Jerez en el Palacio Bertemati. Este nuestro Jerez tiene una deuda con este archivero, pues su vida ha sido el ofrecernos un servicio eterno y perfecto de documentos identitarios, únicos y bellos que son nuestro ADN como ciudad y el sustento de las futuras generaciones que podrán saber, contemplar e investigar gracias al trabajo de un archivero, D. Domingo Gil Baro.
Debo dar las gracias a mi maestro por creer en mí y enseñarme a comportarme ante los documentos, a describir de manera acertada, reflexiva y objetiva, a ver el mundo de los archivos como un universo de incertidumbres técnicas y con solvencias y respuestas que permiten proseguir y creer en el pasado como baluarte del presente y acierto hacia el futuro. Ya no tendremos cafelitos mañaneros, confesiones documentales, no te tendré a mi lado ante mis desvelos, pero lo que dejaste en mí lo conservo como un tesoro, el oficio de archivero.
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