
Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez: los niños del Industrial y el fundido en negro de la ciudad
HABLANDO EN EL DESIERTO
COMO tantas veces hemos comentado en esta columna, todos los comportamientos humanos antiguos y modernos están en los mitos. En el séquito de Hécate, deidad infernal de origen confuso, protectora de magos y hechiceros, iba Empusa (o las empusas), espectro femenino espantable que se aparecía a los hombres para asustarlos, amén de otras reprobables fechorías. No tenía más que un pie, o bien un pie de cobre y otro de pato o de asno. Tomaba figuras repugnantes y monstruosas para aterrar a los durmientes y caminantes y cambiaba continuamente de forma, pero también se aparecía como una hermosa joven para seducir a los hombres, chuparles la sangre o comérselos. Estaba emparentada con Mormo, el Coco de los niños, con las Efialtes, personificación de las pesadillas, y con Lamia, envidiosa asesina de niños porque a ella se le habían muerto todos los suyos. La manera de conjurar a Empusa era insultarla con improperios y obscenidades, ante los que huía dando alaridos.
La inseguridad, la ansiedad, los miedos y los terrores nocturnos que ocasionan los gobiernos irresolutos y cambiantes, influyentes para mal en nuestra vida diaria, no es novedad alguna y, como vemos, ya los griegos les dieron personalidad a unos sentimientos causados por el temor. El cambio de una forma monstruosa en otra a nadie extrañará, pues se sabe que a los gobernantes que confunden, enredan, no se entienden bien sus expresiones ni se sabe a dónde nos conducen, no les faltan seguidores caprichosos a quienes les parece interesante un futuro lleno de misterios. A Apolonio de Tiana, según Filóstrato, se le apareció Empusa, la reconoció y empezó a insultarla, mientras sus acompañantes no sabían qué hacer desconcertados ni de qué se trataba. Apolonio los convenció y entre todos espantaron al espectro con terribles palabras, ejemplo que nos dan los clásicos contra los políticos transformistas.
Pero estemos precavidos porque también Empusa se aparece como bella fenicia de izquierda, como a Menipo, ofreciéndole canciones y buen vino en los botellones de Corinto; escuelas fáciles, donde daban cartas de filósofo a los jóvenes aventureros sin saber deletrear, y placeres de cama sin represiones y sin temor a los embarazos, pues la envidiosa Lamia daba buena cuenta de los niños. Menipo es advertido por Apolonio de que está consumiendo su juventud y su belleza, y la mujer que ama puede ser sólo una apariencia que le da placeres para devorarlo. Empusa es desenmascarada y confiesa: ceba de placeres a Menipo para satisfacer su ansia de "comer cuerpos hermosos y jóvenes porque tienen sangre pura". Los jóvenes griegos conocían así los riesgos de dejarse llevar por los espejismos de la vida fácil y placentera, pero no sé si los menipos de ahora tienen apolonios cerca que les enseñen a distinguir lo real de lo aparente.
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