Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Quousque tandem
Que estamos hechos de la misma materia que los sueños es una recordada frase de La tempestad de Shakespeare que nos recuerda que solo podemos construir el futuro si lo imaginamos de algún modo. ¿Qué sería de la Humanidad sin los soñadores? ¿Podríamos avanzar? Estoy seguro de que no. El miedo a lo desconocido, la resistencia al cambio, el pesimismo o la obsesión conservadora son frenos evidentes a nuestro desarrollo personal y social. Pero, aunque la ilusión sea como la brújula de nuestra vida, no hay travesía posible para quien no abandona el abrigo del puerto. Entre el sueño y la realidad hay un paso imposible de dar si no entran en juego el riesgo y el ingenio. Esa facultad humana que nos permite discurrir o inventar con prontitud y facilidad. Y ahí reside la diferencia fundamental entre los sueños y las realidades. Entre la mera ilusión y lo palpable. Entre el soñador y el creador, entre el ilusionado y el gestor. Porque el ingenio es al talento, lo que el instinto a la razón. Pero nada surge de la inacción. En definitiva, si nos llega la inspiración, que nos pille trabajando.
Cuenta Augusto Assía en Vidas inglesas la anécdota que refirió la prensa sobre un empleado de banca al que sus superiores investigaron, pues su tren de vida resultaba muy superior al razonable con su salario de diez libras semanales. Los directivos de la entidad llegaron a sospechar de su solvencia moral. Pero nada indicaba que, dentro o fuera del banco realizara alguna actividad ilícita o, al menos, moralmente reprobable. Así que decidieron interrogarle. "Es muy sencillo -respondió-. Cada viernes sorteo mi salario entre los doscientos compañeros de mi sección a dos chelines por cada número de la rifa". O lo que es lo mismo, recaudaba cuatrocientos chelines y entregaba un premio de doscientos, diez libras. Doblaba su sueldo todas las semanas, a cambio de que todos sus compañeros perdieran el uno por ciento del suyo y otro consiguiera doblarlo ese día.
Y es sencillo. Pero hay que ponerlo en práctica. Detectó una oportunidad de negocio en el interés de sus compañeros por mejorar su renta y sobre ella aplicó su ingenio. Desarrolló su idea, ideó un producto, lo publicitó, convenció a sus clientes y obtuvo una merecida recompensa arriesgando su propio salario para obtener mayor rentabilidad. Seguro que algún envidioso al que ni siquiera se le pasó la idea por la cabeza acabó llamándolo capitalista desalmado.
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