Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
La esquina
La cumbre de Rabat entre España y Marruecos -ahora la llaman Reunión de Alto Nivel (RAN), como para quitarle solemnidad y rango- ha sido un gran éxito para Marruecos, cuyo rey bien puede presumir de haberlo alcanzado sin despeinarse. Un rato antes de que Pedro Sánchez despegase de Madrid, Mohamed VI le comunicó por teléfono que él no acudiría a la cita, que ya se verán más adelante, "en breve", en territorio marroquí. No quiso interrumpir sus vacaciones en Gabón. A decir verdad, el monarca alauí no es una persona especialmente laboriosa.
Ciertamente, los dos países salen beneficiados del nuevo clima de cooperación generado a raíz del cambio de postura del Gobierno español (sector morado) en relación con el conflicto del Sáhara, pero la veintena de ministros que han participado en la cumbre no han ido más allá de firmar otros tantos acuerdos que no dejan de ser declaraciones de intenciones y buenos propósitos, sin valor jurídico y sujetos a las respectivas voluntades políticas.
En el contexto político y en el plano de lo concreto, el encuentro lo ha ganado con un resultado contundente el ausente Mohamed VI. Pedro Sánchez ha ratificado el viraje de España con respecto al Sáhara, que es lo que más importa a Rabat, apostando por el plan marroquí de expropiárselo definitivamente a los saharauis y convertirlo en una provincia más con cierta autonomía. Eso está por escrito. No así la contrapartida lógica de Marruecos: Ceuta y Melilla son territorio español.
Sánchez -pero no el primer ministro marroquí- dijo en la comparecencia conjunta tras la cumbre (sin preguntas, que también es algo significativo) que las dos partes han asumido un compromiso de respeto mutuo "por el que en nuestro discurso y en nuestra práctica política vamos a evitar todo aquello que sabemos que ofende a la otra parte, especialmente en lo que se refiere a nuestras respectivas esferas de soberanía". No tengo dudas de que Sánchez cumplirá en este apartado y seguirá defendiendo la marroquinidad del Sáhara, desoyendo las protestas de sus socios de coalición, pero aún no existe ningún documento ni manifestación del vecino que reconozca expresamente la españolidad de Ceuta y Melilla. Como si el rey galbana se guardara aún esa carta bajo la manga. Como si el presidente español hubiera entregado la prenda más deseada por su interlocutor a cambio de una vaga promesa de corresponderle con la suya.
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