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CUENTAN que Cánovas, cansado por la indefinición de las Cortes sobre el concepto de nacionalidad española, proclamó en tono sarcástico, "es español el que no puede ser otra cosa". Al poco tiempo la generación del 98 reivindicaba el orgullo patrio y el acercamiento a Europa en todos los ámbitos. Hoy día, con permiso de los independentistas, hay mucha gente que quiere ser español. El Ministerio de Justicia suele tramitar al año unos 100.000 expedientes de nacionalidad por residencia. Cada solicitante ha de acreditar, además, una buena conducta cívica y un suficiente grado de integración en la sociedad española.
Ciertas noticias de prensa detallan algunas resoluciones judiciales aisladas por las que se concede la nacionalidad española a aspirantes que poco menos que desconocen nuestro idioma, el régimen político, el color de la bandera y responden equivocadamente a muchas preguntas básicas sobre la historia patria reciente. En una sentencia se justifican estos fallos porque el solicitante no había entendido las preguntas calificando los errores como puramente anecdóticos.
El otorgamiento de la nacionalidad española por residencia no puede ser considerado como un mero derecho del particular: es un acto de soberanía del Estado que implica conceder la condición de nacional a una persona, y conlleva una serie de derechos y obligaciones que lo hacen partícipe de las decisiones de la vida pública y social de España. Hay que verificar que el aspirante y su forma de vida se ajustan a la legalidad. Y la ley exige que encuentre integrado con el estándar mínimo de cultura de un ciudadano español. O sea, que el régimen de vida del solicitante se corresponda con los principios y valores contemplados en el orden constitucional de relaciones económicas, sociales y culturales, así como de arraigo y estructura familiar.
No cabe convertir en compatriotas a personas que permanecen aisladas en guetos, o a las que no respetan la igualdad de la mujer o admiten la poligamia o la violencia de cualquier clase. Respetar el credo y la ideología del inmigrante no implica dejación en la defensa de nuestra idiosincrasia. La situación internacional hace que debamos preservar con rigor nuestra identidad occidental y que cuidemos celosamente la condición de nacional español, que lo puede ser cualquiera, sin reparos, pero siempre que se integre. Aunque además sea otra cosa.
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