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HAY foros internacionales para abordar el cambio climático, cumbres mundiales por el desarme nuclear, pero en lo que va de siglo los líderes de las grandes potencias ni se han planteado sentarse a negociar un pacto sobre las medidas exactas que debe tener el rebujito.
Todo el mundo sabe que la jarra de rebujito normalmente lleva cantidades industriales de hielo, una burrada de refresco y luego una parte de vino fino que podríamos calificar de ridícula. Estas proporciones lo convierten, no solo en la bebida predilecta de los clientes, que lo piden a cascoporro, sino también en la consumición favorita para los caseteros, ya que el rebujito, por el montante de jarras que hay que beber para achisparse un poco, y a los precios que le ponen, acaba resultando, junto al Dom Pérignon, una de las bebidas espiritosas más caras del mundo.
Las variantes son múltiples. Hay a quien le gusta más suave y quien lo prefiere potenciar con siete partes de vino por cada una de refresco. En la Rosaleda los jóvenes experimentan mezclando pedro ximénez, mientras que los forasteros lo suelen pedir en la versión que lleva manzanilla. Por todo ello es urgente crear un Consejo Regulador del Rebujito, que ponga un poco de orden, y por supuesto, un Observatorio Andaluz del Rebujito, que se está haciendo indispensable.
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