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ME produce mucha risa, a la vez que una desesperante desazón, cuando aparece en las noticias que a tal o a cual docente le ha sido concedido el premio al mejor profesor. ¿Cómo se mide eso? Todos los docentes deben ser los mejores. Si alguien se presenta a tales asuntos, me imagino que se pasará mucho tiempo buscando los méritos, lo cual restará horas a su verdadera misión. Cuando yo empezaba en mi carrera, me encontré con un compañero que presumía de ser un gran profesor e intentaba por todos los medios que se le considerara un dechado de virtudes en la profesión. Hacía de todo, organizaba torneos deportivos, dirigía obras de teatro, recogía comidas para los pobres… hasta enseñaba cómo tocar el pito rociero. Todo estupendo; pero sus alumnos estaban casi siempre solos en el aula. Una compañera, rigurosa en su trabajo, incansable con sus discípulos, eficiente a más no poder y, por supuesto, sin apetencia alguna de reconocimientos, harta de oír al compañero desertor de las aulas manifestar sus méritos profesionales y de ver cómo intentaba buscar glorias fuera de su verdadero centro de actuación, el aula y sus alumnos, no pudo aguantarse más y le espetó a aquel cuando se vanagloriaba impenitentemente de sus muchas actuaciones: ¡Mira, Fulanito, para ser buen profesor hay que entrar, al menos, en el aula y tú no la pisas! Sentencia clarificadora y verdadera. El maestro estrella no volvió por la Sala de Profesores y abandonó muchas de sus actividades para dedicarse en cuerpo y alma a lo que tenía que dedicarse. Últimamente se ha puesto de moda elevar al olimpo de la docencia a "estrellas" que postulan realidades espurias más allá de las aulas y de sus alumnos. Estoy casi seguro que muchos de estos reconocimientos vienen avalados por intereses poco acordes con el diario trabajo, intentando potenciar asuntos ajenos a la correcta dirección del docente. Por eso, me hace gracia, una gracia de dudosa valía, cuando me entero de los galardones docentes o de los méritos laudatorios a colegios que se pierden mucho en el fomento de banalidades: agricultores escolares, rescatadores de arañas azules, contadores de estrellas luminosas o en buscar los valores intrínsecos del pito rociero. Todo fuera del aula. Seamos serios.
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