Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Quousque tandem
V volant, scripta manent. Fue el emperador Tito quien advirtió al Senado romano de que cada palabra escrita pervive como recordatorio de nuestras opiniones y, quizá, hasta para vergüenza futura. En cambio, lo dicho en voz alta, a veces ni siquiera somos capaces de recordarlo. Hasta hace poco, encontrar una prueba fehaciente de viejas opiniones escritas era no ya difícil, sino casi imposible. Pero hoy, las redes sociales, los blogs, la miríada de periódicos digitales -suponiendo que muchos puedan denominarse justamente como prensa- y la obsesión por registrarlo todo, han trasladado la barra del bar a eso que los viejos radiofonistas llamaban el éter. Con el añadido de que la hemeroteca es infinita y los buscadores tienen una potencia imposible de prever hace unos años.
¿Quién no conoce a quien opina sobre todo sin recato? Aunque sus fuentes se limiten a una breve experiencia personal, alguna lectura, una deducción aventurada o sencillamente, su propia inventiva. El problema es que ahora, a diferencia de las conversaciones de bar, la difusión es inmediata y masiva. Y desgraciadamente, mucho mayor cuanto más delirante es la opinión expresada. Hace unos días, y al hilo de la invasión rusa de Ucrania, pensé que vivíamos inmersos en la locura. Mr. Biden llegó a la presidencia de los EEUU tras ocho años como vicepresidente y treinta y seis como senador, además de ocupar la presidencia de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense. Pero resulta que un tuitero en pijama sentado en el sofá de su casa alardea de saber más que él de geopolítica y de relaciones internacionales. Y sólo sería uno de los infinitos casos que podrían aderezar esta columna.
Confundimos nuestro derecho inalienable a opinar con la certeza. Incluso con la evidencia científica. No contrastamos las aparentes noticias y además, damos el mismo valor a todas las opiniones sin tener en consideración la solvencia de quien expresó cada una de ellas. Resolvemos problemas complejísimos en tres líneas sin analizar causas ni efectos. Y lo peor de todo es que hacemos de altavoz, no sé si siempre de modo inconsciente, de todo tipo de mentiras interesadas, simplemente, porque creemos que refuerzan nuestro discurso. Recuerdo aquella frase de un viejo Churchill en la que decía que deberíamos ser tan cuidadosos con nuestras lecturas como los ancianos con la comida. Y masticarlas mucho antes de tragarlas.
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