Marco Antonio Velo
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En tránsito
El dodo era un ave no voladora que tenía un aspecto muy extraño, como de avinagrado predicador cuaresmal -o ministro comunista de Consumo, ese oxímoron sublime- siempre enfadado y siempre bilioso. Lewis Carroll le tenía un gran afecto, hasta el punto de que le permitió hacer un pequeño papel en Alicia en el país de las maravillas. Pero Lewis Carroll sólo pudo conocer los dodos por los pocos dibujos que quedaban de ellos. El último dodo se extinguió en 1681, en la isla Mauricio -su hábitat natural-, después de años y años de caza intensiva por parte de los marineros famélicos que consumían su carne durante las largas travesías del Índico. Otra ave marina, el alca gigante, se extinguió también a causa de la caza indiscriminada. El último ejemplar conocido fue capturado cerca de las Islas Faroe en 1844.
Las palabras corren la misma suerte que el dodo o el alca gigante, y a veces las vemos desaparecer "en tiempo real", como si dijéramos, justo delante de nuestras propias narices. El verbo "oír" es una de esas palabras. Hasta no hace mucho tiempo, cualquier hablante del castellano sabía distinguir el verbo "oír" -el acto involuntario de percibir un sonido- del verbo "escuchar", que implica voluntariedad y, por lo tanto, no es sinónimo de "oír". Podemos oír el zumbido del viento, pero nos ponemos a escuchar detrás de la puerta si queremos oír lo que está diciendo el muñeco Monchito de José Luis Moreno. Pues bien, me atrevería a decir que el verbo oír se ha extinguido en nuestro modo de hablar. "No se escucha, hable más alto", grita la gente. "En este país no se escucha a nadie que diga la verdad", clama el político desde su tribuna mientras sus insignes colegas juegan al Asphalt 9. Hagan la prueba e intenten recordar cuándo oyeron por última vez el verbo "oír". Apuesto a que fue hace mucho tiempo.
Y lo mismo podría decirse de la conjunción adversativa "sino", sustituida por el ubicuo "si no", un condicional que tiene un sentido muy distinto. "No hemos venido aquí a jugar, si no a trabajar duro", escribe muy ufano un ministro en un tuit. "No se trata de esto, si no de que hoy se ha perdido la dignidad", tuitea un politólogo. El modesto "sino" ha desaparecido por completo, igual que el verbo oír que usaban las ninfas de Garcilaso. Pobres vocablos extintos, pobres dodos, pobres alcas verbales masacradas a garrotazos.
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