Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Monticello
La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. don Juan Carlos I de Borbón, dice la Constitución, que también establece que dentro de la misma línea y el mismo grado ha de preferirse en el orden de sucesión, el varón a la mujer. De no haber optado el constituyente por esta discriminación por razón de sexo en el acceso a la Jefatura del Estado, Felipe Juan Froilán de Todos los Santos disfrutaría hoy del estatus de Príncipe de Asturias, en vez de ubicarse en un discreto cuarto lugar en la línea sucesoria. Los republicanos militantes, desde luego, tienen razones para lamentar la deferencia sálica de nuestra Constitución, pues a la vista del temperamento del de Marichalar y Borbón, es fácil concluir que la monarquía ha esquivado una bala. La forma de gobierno monárquica no se entiende al margen de la Virtud, pero tampoco de la Fortuna, y el azar propio de la genética y del paisaje participa inevitablemente en una institución por definición carnal. En todo caso, lo que parece evidente son las dificultades que tendrán que afrontar las monarquías en una sociedad digital, carente de jerarquías, y donde todo es visto y comentado. La realeza es una idea que no se sostiene al margen de un cierto ideal de dignidad que ya no podrá lograrse a través de ningún velo. La corrosión familiar implica inevitablemente una corrosión institucional, tal y como se comprueba, Harry mediante, en la propia Corona inglesa.
Felipe VI no desconoce esta realidad. Desde su llegada al trono, a la luz del comportamiento de su causante, Juan Carlos I, el Rey ha afrontado la ejecución de un deber no escrito en nuestra Constitución, como es el del repudio. Algo dramático en una institución fundada sobre la herencia. Además, el Rey ha debido asumir que las otras líneas de sucesión de Juan Carlos de Borbón no pueden contribuir a la representación de la Corona. Durante el reinado de Felipe VI la Familia Real ha adquirido un sentido nuclear. El Rey, la Reina y sus dos hijas. El carisma castizo y campechano, el desahogo del borboneo, han amortizado su juego en la Segunda Restauración. Los genes de efecto materno, se sabe, son esenciales para el desarrollo de la vida y se podría decir que también lo están siendo aquí para definir la posibilidad de futuro de la institución. El efecto materno determina también el paisaje de la Princesa Nueva, tan lejano este al del simpático primo Froilán.
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