Marco Antonio Velo
De Valencia a Jerez: Iván Duart, el rey de las paellas
Jerez/¿Oye Nene, dónde puedo tomar aquí una copa helada de Tío Pepe?, dicen que preguntó el inigualable Faustino al mismísimo San Pedro y nada más llegar por allí Arriba.
Sí, porque el jerez fue, y seguirá siendo, el compañero inseparable de ese gran hombre que nos dejó hace unos pocos días y que nos legó, no solo su simpatía, su ironía popular y su carcajada mágica, sino su eterno amor al vino de su ciudad y especialmente al vino fino, su gran valedor.
Iba siempre por delante en su defensa. Cuando las bodegas del Marco nos esforzábamos para que los consumidores tomaran el vino, primero fresco y después frío, sobre todo en las ferias, él lo inventó helado. Cuando ideamos esos horribles vasitos de plástico para aumentar el consumo en estas fiestas, Fau lo servía siempre en su auténtico catavino y no crean que eran pocos lo que compraba porque hubo años que gastó más de quinientas cajas de fino entre su caseta de Sevilla y las de 'El Ajolí', Juanito y la de Volvo. ¡Qué arte, hermano!, me repetía siempre.
Una barbaridad, porque si hacemos la cuenta esa cifra significa dar casi 50.000 consumiciones en tan sólo diez días contando las dos ferias, lo que le haría merecedor del mayor de los monumentos en cualquier lugar bonito de la ciudad, quizá cerca del González Hontoria o tal vez en el interior de alguna bodega. Y todavía hay quien opina que la presencia del fino en las ferias no es interesante…
Y es que, durante más de treinta años, los grandes empresarios se rifaban a Faustino para que organizara el ambigú de su caseta, porque sus vinos siempre los servía perfectos y sus menús, basados en cosas sencillas, en las cosas naturales de la verdadera cocina andaluza y que guisaba como nadie, hacía chuparse los dedos a todos sus invitados y hasta a ellos mismos.
Empezando por las alcachofas hechas con una dulzura increíble y nunca superadas por nadie, pero también por otros manjares que seguramente desaparecerán con su memoria, como esa sopa de tomate con aromas a yerbabuena, la tortilla de canutillos con sabor desconocido, pero único, la sangre “encebollá” y sus “costillas adobás” y los chicharrones que explotaban en la boca como si de un bombón de licor se tratara. Eso por no hablar de su berza gitana o los huevos con “tagarninas espárragadas”, ambas insuperables.
Una verdadera joya de la cocina natural que solo Faustino hizo grande, como también su maravillosa combinación con nuestros excelentes vinos.
Gracias Fau por habernos dado todas estas cosas tan ricas y tan buenas y por habernos alegrado la vida con tu amistad tantos y tantos días. ¡Qué en gloria estés y qué enseñes a los que por allí moran a comer de verdad y siempre acompañada con una o varias copas de Jerez, con esas delicias tuyas, con la auténtica cocina de nuestro pueblo.
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