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A lo largo de este mes de enero el Ayuntamiento en colaboración con el Colegio de Arquitectos de Cádiz está organizando un nuevo ciclo de conferencias dedicado al patrimonio local. En esta ocasión, bajo el título "De intramuros a los adosados. Una revisión crítica de la evolución urbana de Jerez y su entorno", se vienen sucediendo una serie de charlas y visitas guiadas que, como cada mes, van cosechando gran éxito de público. Los dos aspectos principales que se están tratando son la historia del urbanismo jerezano, desde sus orígenes al siglo XX, y la arquitectura contemporánea de la ciudad. Dentro de esta última era inevitable que saliera a relucir el nombre de Fernando de la Cuadra e Irizar. Este utrerano, Arquitecto Municipal de Jerez desde 1936 hasta 1971, se puede considerar uno de los protagonistas indiscutibles en esa evolución urbanística y arquitectónica. Como es lógico, una figura tan destacada, con una obra tan ingente, presenta una trayectoria llena de matices, de aciertos innegables y de actuaciones, cuanto menos, controvertidas. A Fernando de la Cuadra hay que valorarlo como el definitivo impulsor de las propuestas racionalistas en la ciudad. Sin embargo, en contradicción por esa apuesta por la funcionalidad y el geometrismo y la pureza de líneas, fue también un cultivador tardío de un historicismo, a veces, un tanto tosco. El creador de las primeras barriadas en los años cuarenta y cincuenta (La Plata, Federico Mayo, La Vid, Pío XII) fue, por otro lado, el destructor del templo dieciochesco de San Pedro y del San Dionisio barroco. Pero son, en definitiva, en algunas de sus intervenciones más radicales, como la actual configuración de la siempre discutida Plaza Esteve, donde se muestran con claridad sus paradojas, esas discordancias de mezcla de estilos y esa dicotomía entre creación y destrucción.
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