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En tránsito
En el estado actual del mundo, con una guerra en Ucrania y otra en Oriente Próximo, lo más juicioso es intentar gobernar un país como el nuestro –si es que todavía existe– por medio de una compleja negociación con un demente que huyó de la policía en el maletero de un coche (no existe en la historia reciente ningún otro caso conocido, al menos en Europa). Y después, por supuesto, una vez superada esta pequeña prueba, lo más razonable es formar una alianza parlamentaria con un conglomerado de partidos que van desde la extrema derecha etnicista hasta la extrema izquierda más o menos descaradamente partidaria de Hamas. Se mire como se mire, no puede haber una decisión más juiciosa y más prudente en los anales de la historia contemporánea. Y el que no lo vea, es tonto, pobrecito.
Cuando el mundo se va literalmente al carajo, lo mejor es aplicar una lógica dadaísta y llevar las cosas hasta el disparate máximo. ¿No querías caldo? Pues toma dos tazas. Es como huir de un incendio rociándose de gasolina y cargando con dos botellas de butano y un soplete encendido (si en España hubiera programas de humor que no fueran descarada propaganda gubernamental, ya se habrían rodado docenas de sketches hilarantes sobre esta negociación con el huido Puigdementis). Pero no se preocupen, que no va a pasar nada.
Si un país necesita estabilidad y buen gobierno porque todo el mundo está atravesando un momento crítico, nosotros que somos muy chulos vamos a optar por todo lo contrario: inestabilidad, división e histerismo. Puro funambulismo de trapecistas de circo. Para gobernar habrá que pactar cualquier medida con docenas de representantes políticos que ni siquiera creen en el bien común del país porque el bien común les importa un pimiento, pero a nosotros nos da igual. Aceptaremos pacientemente nuestro destino. Somos gente dócil. Somos progresistas. Creemos en el irrealismo socialista.
Algún día se estudiará en las Facultades de Psicología –no en las de Política ni Historia, sino en las de Psicología– lo que está ocurriendo estos días. Es algo tan absolutamente inconcebible que da hasta vergüenza tener que decirlo. Y lo mejor de todo es que la gente parece estar encantada con esta situación. Todo va sobre ruedas. No hay ningún peligro a la vista. El mundo es un lugar tranquilo y feliz. La vida es de color de rosa. ¡Aleluya!
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