La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
El balcón
Hacer el gamberro está de moda. Luce. Se van de fin de semana unos amigos a una despedida de soltero y a la vuelta mientras más necedades y excesos cuentan más valoran sus allegados lo bien que lo han pasado. Así están las cosas. Hay efecto emulación; nadie se lo quiere perder. Andalucía parece ser uno de los destinos para este género nuevo de gamberradas, muchas veces incívicas, que rara vez son sancionadas.
Esta semana se conocía una sentencia contra 11 individuos que montaron tal follón en un AVE Madrid-Málaga hace tres años que el tren tuvo que detenerse en Córdoba para desalojar a los cafres que chillaban a todo pulmón y aporreaban las paredes del vagón fuera de sí. La sorpresa es que se les condena sólo a pagar los 7.676 euros que Renfe tuvo que abonar a los dos centenares de pasajeros que llegaron casi media hora tarde a su destino. ¿Sólo las indemnizaciones? El caso merecía meses de servicios a la comunidad.
En fin, en la política, prescriptora en tantas cosas, hace ya tiempo que los populistas provocadores tienen éxito de un lado a otro del espectro, de Iglesias a Ortega Smith, pasando por Rufián o Ayuso. El acoso, el insulto, la humillación del adversario son parte de sus recursos, junto a un comportamiento gamberro. ¿Qué desgracia podía pasar si un juerguista como Boris Johnson llegaba a primer ministro británico? Que celebraría fiestas al estilo de despedidas de soltero en el 10 de Downing Street, con la tranquilidad de que no le iban a desalojar. Aunque lo hicieron los diputados conservadores.
Estos gamberretes de la política suelen tener un recorrido corto, pero tienen imitadores. Hace cinco meses Ignacio Sánchez Galán, el presidente de Iberdrola, con todo su golpe de títulos académicos, idiomas que domina y sueldo estratosférico se pitorreaba como un descerebrado entre risotadas de lo tontos que eran los españoles que pagaban la tarifa regulada por el Gobierno. A día de hoy su empresa es una de las cuatro a las que investiga la Comisión Nacional de la Competencia por si están poniendo trabas a los clientes que quieren acogerse a la tarifa de último recurso, regulada por el Gobierno.
Ahora la moda del gamberrismo se ha pasado a las filas de ecologistas radicales, dispuestos a atentar contra obras maestras de Van Gogh, Vermeer, Monet o Picasso para llamar la atención sobre la defensa de la naturaleza. Pero ni al planeta, ni a los consumidores, ni a los ciudadanos se nos defiende con mala educación y violencia. No hay ninguna nobleza, sólo mal ejemplo.
También te puede interesar
La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Memoria de Auschwitz
La colmena
Magdalena Trillo
Gracias, Errejón