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"Nunca se acaba de leer un libro ni de mirar la luna" me enseñó como tantas otras cosas Enrique García-Máiquez. Para él la vida es eso, un libro interminable. Ahora acaba de publicar 'El pábilo vacilante' recopilatorio de entradas de su blog Rayos y Truenos.
Enrique contradice a todos esos poetas de vida contemplativa y derrotista, a los que tienen el gesto grave y los pensamientos negativos, a los que piensan que para ser poeta hay que disfrazarse y llevar una vida bohemia o a aquellos otros que no son capaces de cantar dos veces al mismo amor. No tiene la mirada turbia ni conoce el malditismo.
Enrique es un poeta que trabaja incansablemente, que se mantiene siempre esperanzado y feliz, sorprendido por las pequeñas cosas y por las grandes. En sus escritos no esconde su predilección por lo sencillo, por lo cercano, por todo aquello que nos hace realmente trascendentes. No necesita valerse de imposturas.
En su blog, uno de los primeros dentro del panorama literario, nos muestra generosamente el amor por su familia, por su trabajo, por la literatura y, por encima de todo, su mirada trascendente porque es profundamente religioso. Su fe no es banal o intuitiva sino sabia y consecuente. La llegada de sus hijos, la ida de su madre, las ocurrencias de sus alumnos, sus desvelos y preocupaciones, las lecturas de Dante, de Mario Quintana, de todos los grandes, forman el contenido natural de las entradas publicadas. Todo ello, con ser mucho, no sería tan subyugante si además no estuviera escrito en el tono de los sabios que es el de la sencillez y el humor. Chesterton estaría orgulloso de su discípulo.
En una entrada reflexiona sobre la relación entre la escritura y la vanidad. Plantea que escribir es una escuela de humildad y que, en todo caso, la vanidad sale herida de estos lances. Se olvida de la impiedad de los lectores y nos dice que escribe por amor (por la literatura). Se nota.
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