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HABLANDO EN EL DESIERTO
SABÍAMOS que la Ley de Violencia Doméstica, o como se llame, era injusta, pero no hasta qué punto. Es injusta, no sólo porque ampara a la mujer y desampara al hombre, sino porque reconoce implícitamente la desigualdad entre hombres y mujeres, presentándonos a unos como violentos y a las otras como pacíficas, a ellas débiles y a ellos fuertes, a las mujeres víctimas y a los hombres verdugos, saltándose todas las investigaciones antropológicas que se han hecho hasta ahora. El hombre y la mujer son iguales porque son los dos sexos de una misma especie y lo que nos gusta o nos disgusta de uno está en el otro y los comportamientos son los mismos. Cuando hablamos de una especie animal, y la humana lo es, no podemos hablar de cualidades y defectos del macho y de la hembra: son así. Los que consideramos virtudes y vicios masculinos o femeninos vienen de una tradición cultural y popular más que de una realidad natural.
Una ley que va contra la naturaleza no podía desembocar en nada bueno para nadie. Que miles de hombres sean detenidos por denuncias falsas de malos tratos sin que ninguna mujer sea condenada por tales denuncias es un escándalo jurídico que nunca civilización antigua ni moderna se ha permitido. Que no se hable de los hombres muertos a manos de sus mujeres, aunque sean menos, es propio de una sociedad enferma en trance de desaparecer destruida por sus propias leyes. Ni siquiera la amoral y aberrante 'discriminación positiva', invento contradictorio rechazado por cualquier persona decente, explicaría, y menos justificaría, una ley para consagrar la desigualdad de los sexos. Sabemos que esa desigualdad existe; pero, como digo, ha sido estudiada suficientemente por la Antropología como para que el legislador no la tenga en cuenta. Las malas leyes las promulgan gobiernos injustos para sociedades degeneradas.
Las mujeres son tan violentas y tan crueles como los hombres, y pensar lo contrario es no considerarlos iguales. El feminismo, por anticuado y neurótico que sea, sabe que el tope de igualdad entre los sexos es ser iguales ante la Ley. No hay más. No es posible más. El papel de la mujer en la sociedad ha estado condicionado desde la prehistoria por la guerra, la maternidad y la crianza. Ahora es también así, aunque en menor grado, porque ni la guerra es lo que era ni la maternidad y la crianza tampoco, pero de la igualdad de hombres y mujeres, como miembros de una misma y única especie, no hay que dudar. El feminismo, un frente de esa falsa izquierda 'progre', envejecida por el tiempo y en las ideas, sabe que, conseguida la igualdad antes las leyes, no hay más allá y ha optado por la desigualdad, que es de la única manera que puede seguir en la palestra, discurseando con argumentos anticuados y promoviendo leyes injustas para una sociedad que parece haberse vuelto tonta.
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