El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Casualmente, la época de mayor esplendor del vino de Jerez viene a coincidir con la proliferación en el Marco de empresas pequeñas, a menudo familiares, que contribuyeron notablemente a engrandecer el nombre de nuestros vinos y de nuestra ciudad.
Es difícil acotar con precisión cuáles eran estas empresas menores. Las había con dos o tres centenares de botas de vino -como se llaman aquí a los toneles-, o las que actuaban como meros "almacenistas" empleando poco personal y una actividad ciertamente reducida, u otras con casi dos millares de botas y cuya actividad suponía una repercusión silenciosa pero considerable. Conviene resaltar que, además de la actividad estrictamente bodeguera, estas últimas necesitaban servicios propios de carpintería, administración, tonelería o mantenimiento, lo que suponía una fuente de empleo.
La actividad de estas pequeña empresas vinateras solía estar orientada a dos vertientes, bien como suministradores de vino para prevenir la falta de existencia de las grandes empresas, bien abriendo sus propios mercados. Es evidente que el volumen de ventas no era comparable con el de las grandes marcas, pero su importancia fue ciertamente capital en otros muchos aspectos más allá de lo cuantitativo.
El vacío comercial en algunas provincias o pequeñas poblaciones fue atendido por el viajante, cerrando ventas que iban sumando por goteo al total. Un ejemplo de estas pequeñas y medianas empresas fue M. Gil Galán S. A. que podemos encuadrar entre las de carácter familiar. Como reconocimiento póstumo queremos recordar que estuvo regentada por Francisco y Anselmo Gil Ceballos, hijos del fundador de la bodega, M. Gil Galán, quien le dio nombre.
La empresa ya aparecía mencionada en un listado bodeguero de 1.933, llegando a tener diferentes domicilios. En un principio estuvo ubicada en la Plaza de las Cocheras y finalmente en la Calle Ferrocarril hasta su desaparición.
La bodega M. Gil Galán S. A. disponía de todo lo preciso para responder a una intensa actividad comercial, en gran medida para la exportación. Unos amplios despachos bien iluminados y con vistas al patio de embarque, en el que se encontraba también un taller de carpintería y tonelería. Formando una gran "L" dos edificios singulares: el embotellado y la bodega propiamente. Es de grato recuerdo como en otras épocas, cuando se realizaba la preparación de los pedidos y embarques de la campaña de navidad, era difícil encontrar personal para reforzar la dotación habitual de la bodega, realizándose gran número de horas extras para que los compromisos mercantiles se llegaran al efecto.
La veintena de empleados de esta empresa producía gran variedad de productos, de entre ellos recordamos el fino La Condesa, el oloroso Falange Española, el oloroso España, el coñac Formidable, la Jerez Quina Santiago… Más tarde se produjeron toda clase de bebidas alcohólicas llegando la bodega a contar con una gran catálogo de productos. Como dato curioso, llama poderosamente la atención la soberbia etiqueta de Falange Española, en donde aparece un bien uniformado miembro de esta formación política, con bandera roja y negra ondeando al viento. Téngase en cuenta que esta etiqueta se utiliza en los años inmediatos al final de la Guerra Civil Española, tiempos en los que dirige la empresa su fundador, el padre de los citados Francisco y Anselmo Gil Ceballos, que era habilitado del Magisterio, y encargado de pagar a los maestros, algunos de los cuales habían sido apartados de su trabajo al mostrar su filiación política por el régimen de la República. Para ayudarles en su difícil situación económica, a algunos de ellos les había proporcionado pequeños trabajos. La superioridad gubernativa no miraba con buenos ojos este proceder, llegando a poner en duda la lealtad al régimen del propietario, por lo que no quedó más remedio que crear esta etiqueta y ganarse así las simpatías del gobierno. Curiosamente, en el reverso en una de estas etiquetas, Francisco Gil Ceballos apunta de su puño y letra la fórmula de confección del coñac formidable, y que más tarde emplea el nombre de brandy en vez de coñac.
La mayoría de estos productos estaban dedicados a la exportación distribuyéndose también por ciudades y pueblos españoles no muy importantes, pues Madrid y Barcelona ya estaban copadas por las grandes empresas bodegueras. Como dato curioso, se distribuían también por economatos de trabajadores de grandes obras, como el que se disponía para la construcción del embalse del Tranco. En aquellos casos se solicitaba información a la Guardia Civil de la fiabilidad del vendedor. Por esas fechas se usaba la figura del viajante, que era el encargado de dar a conocer el producto y el responsable de la venta.
La exportación tenía lugar preferentemente en países europeos, y en otros continentes, para tal caso se disponía de un departamento de extranjero, pero en nuestro caso se solucionaba mediante el envío de gran cantidad de cartas, que en un inglés que se comprendía con dificultad, escribía cientos de veces Francisco Gil Ceballos, que logró así espléndidas ventas en las Antillas Holandesas, Curaçao, Sudáfrica, Canadá y Filipinas por citar solo algunos ejemplos.
Esta bodega y otras muchas de similar o menor envergadura, si se quiere en desigual proporción, fueron innegables copartícipes del máximo esplendor de las bodegas del Marco de Jerez, y por ello merecedoras de un pequeño pero digno rincón de nuestra historia.
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