En tránsito
Eduardo Jordá
La inocente ChatGPT
El tiempo queda encapsulado en el reloj si malgastamos las horas en naderías y francachelas. O en automatismos encorsetados a veces bajo la tradición carente de revisionismo y actualización. Como una obstrucción de la potencial rentabilidad de nuestras acciones. Ya lo escribimos hace la friolera de treinta y cinco años -sobre poco más o menos- en aquellos alisados artículos juveniles con indecisas -e indefensas- letras de molde: una vida que no se vive para servir, no sirve para vivir(se). ¡Ay aquella pronta admiración por Rabindranath Tagore cuya sustancia no ha menguado ni un ápice! Hoy por hoy -¡oh este mundo obsesionado por la metalurgia del selfie!- enseguida desviamos la mirada hacia la galería de una insolidaridad demasiado chusca. El tiempo, para quienes nos consideramos cristianos, es punta de lanza, combustible de primera necesidad, pilas alcalinas de la intervención directa. Ya lo significó san Juan Pablo II en la carta apostólica ‘Tertio millennio adveniente’: “En el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro de su dimensión se crea el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su culmen en la ‘plenitud de los tiempos’ de la encarnación y su término en el rostro glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos. En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno. Con la venida de Cristo se inician ‘los últimos tiempos’ (cf. Hb 1, 2), la ‘última hora’ (cf, 1 Jn 2, 18), se inicia el tiempo de la Iglesia que durará hasta la parusía. De esta relación de Dios con el tiempo, nace el deber de santificarlo”. De otro lado el tiempo -que es concepto a veces escurridizo- cuaja vacuo si no lo aprovechamos en nuestra aportación a favor del prójimo. Ya dijo Aristóteles que el tiempo es la medida del movimiento entre dos instantes. Para mí tengo que, a efectos evangelizadores, es la medida del movimiento dirigido hacia una causa nueva, inédita, refulgente en su singularidad: aquel proyecto tan necesario como inexplorado cuya iniciativa ahora ya conforma una realidad de voluntades (bienaventuradas y bienhadadas). El Evangelio también reclama del siglo XXI prismas que se distancian del totalitarismo y colateralmente de la lucha de clases -cuyas soldaduras no conducen ni por asomo al orden social-.
El que espera, desespera. Una golondrina no hace verano. El tiempo es oro. El presente requiere cristianos proactivos. Decididos. Voluntariosos. Que sepan espigar la eficacia -el fulgor numantino- del discurso engolado de vocinglería. Y lentitud. Es reconfortante en este sentido observar cómo una propuesta de la envergadura -y, a qué negarlo, la valentía- del Hogar La Salle esté cosechando tan admirables frutos. Y aunque la mies es mucha, a sus obreros no se le caen los anillos al punto de dejarse la piel encima de un escenario tan latiente de humanidad. La pedagogía del amor -sin calcomanías coyunturales- simpatiza con el alto índice de resultados. Porque aquí -en los fundamentos del Hogar La Salle- gravita autenticidad a raudales. Ya nos aleccionada el mentado san Juan Pablo II que “la conciencia no puede prescindir de la verdad”. En estas reflexiones andaba un servidor inmerso mientras se desarrollaba en la sede de la Real Academia de San Dionisio la presentación del libro ‘Soñar y tejer fraternidades solidarias’ del hermano Juan Bautista de las Heras, director de la Comunidad de Hogar la Salle. El título de la obra ya adelanta la génesis de una blanca declaración de intenciones. Al margen de sus consustanciales connotaciones de modernidad. El siglo XXI es el siglo de las alianzas, el siglo de la transversalidad y el siglo de la solidaridad. El reputado historiador y académico Eugenio José Vega Geán tuvo a su cargo las palabras de introito. ¡Con qué convincente precinto de garantía recubre Eugenio su humanismo cristiano en todo aquello que glosa!
Eugenio subraya que “existen ámbitos y personas concomitantes que responden a una simbiosis difícil de separar. De ese modo, cuando en Jerez; cuando en la esfera lasaliana, se habla del Hogar La Salle, esta institución se personifica en un liderazgo vocacional que ha servido para aunar sencillas voluntades, y hacer de este micro-mundo, un espacio de paz y de amor, de vida y trascendencia. Por ello, el hermano Juan Bautista de las Heras Millán puso en estos pliegos las historias, los anhelos y los sueños que viajan sin conocer las fronteras proyectadas artificialmente por los humanos, y rememoró el ritmo vital, los anhelos y la sinergia que trascienden los valores materiales marcados por una sociedad que no sigue estos valores y que vive en un materialismo que da la espalda a su propia alma”. Los vídeos cortos que proyectó Juan Bautista y el sedimento de sus palabras estremecieron a los presentes. No dejen de leer este libro. Comprobaréis cuán grande y hermoso es el trabajo -¡el tiempo!- en marcha del Hogar La Salle. A todos y cada uno de sus hacedores, de sus protagonistas diarios, habría que dedicarles en efecto los versos recitados por Eugenio Vega: esto es: los del poeta musical Elton John: How wonderful life is while you are in de world: “¡Qué maravillosa es la vida mientras tú estás en el mundo!”.
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