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Naturalmente, la patronal de la hostelería gaditana ha negado las acusaciones de racismo y explotación desatadas a raíz de su iniciativa de buscar camareros en Marruecos porque aquí no los encuentran. Es posible que sea así, es decir, que ellos no se sientan racistas ni explotadores, y que estén convencidos de que "la gente no quiere trabajar". Pero hay algunas señales que abonan las razones para la sospecha.
En primer lugar, y muy principalmente, el hecho del país al que la patronal se ha ido a buscar esa mano de obra supuestamente dispuesta a ser empleada por encima de todo y que tendrían, por supuesto, más ganas de trabajar que los nacidos en Cádiz: Horeca se ha dirigido a las autoridades, trabajadores y estudiantes marroquíes. No se les ha ocurrido acudir a Suecia o, incluso más cerca, Francia, suponemos que porque tampoco allí la gente tiene ganas de trabajar, y no porque tienen derechos muy consolidados desde hace décadas.
La patronal malagueña del mismo ramo ha tenido la misma iniciativa, y su vicepresidente ha creído espantar las acusaciones antedichas con una frase esclarecedora que en realidad le ha quedado demasiado evidente: "No buscamos sólo en Marruecos, sino también en Gambia o Sudamérica, en definitiva en todos lados del mundo". No repara el hombre en que en realidad está mirando a sólo un lado del mundo, justo el que queda debajo de nosotros en los mapas, al sur siempre de Europa, casualmente los lugares en los que las condiciones de vida y de derechos están por regla general también muy por debajo de los que nosotros disfrutamos. ¿Todo eso hace que los trabajadores acepten condiciones peores? Es lógico pensar que sí, porque todos lo haríamos en sus circunstancias, y que es eso lo que buscan los hosteleros, sin querer decir que pretendan cometer ilegalidades forzosamente.
Entonces, sí: hay una cierta forma de racismo social en esa iniciativa, y se nota en el lugar geográfico elegido para buscar mano de obra, aparte de un claro desprecio al oficio de camarero, al que sólo cabría suponer inherentes las muchas horas de trabajo, la flexibilidad y, por supuesto, el sacrificio, pero no un salario mediano o alto. Probablemente, muchos en muchos estamentos siguen teniendo en su imaginario al personal de hostelería como descendientes de aquellos antiguos criados de palacio, que llevaban incluso en esta denominación la humillación personal y que al parecer tenían que estar agradecidos de que los 'criaran'.
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