Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
El guarán amarillo
Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a la graduación del estudiantado de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Huelva. Historiadores, humanistas, filólogos y gestores culturales terminaban sus estudios después de cuatro años de esfuerzos incesantes con satisfacción, pero, al mismo tiempo, con el vértigo de no saber qué posibilidades de empleo tendrán en una sociedad que cacarea su interés por la cultura, pero que es incapaz de doblar su apuesta por la misma. En su discurso, un joven estudiante habló de la belleza de las materias que habían estudiado, de cómo ahora comprenden e interpretan mejor el mundo que les rodea y de cómo su juicio sobre la realidad ha pasado a asentarse sobre un pensamiento más humano, consciente y crítico.
Días más tarde también he asistido, en este caso por estrictas razones maternales, a la graduación del estudiantado de Biomedicina de la Universidad de Sevilla. Los que ahora se han graduado, si bien con un año de retraso, pasaron en su día notas de corte de más de 13 sobre 14 y se han dedicado también al estudio de materias complejas, comenzando a forjar en la fragua del conocimiento el escudo con el que tendremos que defendernos de las enfermedades presentes y futuras. La joven biomédica que habló en nombre de sus compañeros y compañeras realizó un emocionante alegato a favor de la ciencia y en contra del negacionismo que cunde por doquier, y no dejó pasar la oportunidad de expresar la zozobra que toda su promoción sentía al no ver claro su desarrollo profesional en un país que no invierte lo que debería en la ciencia y la investigación. Unos y otros, humanistas y biomédicos, han culminado una formación acreditada y excelente, han demostrado su conocimiento de idiomas y su pericia en las tecnologías informáticas, han realizado prácticas en empresas e instituciones, han efectuado movilidades internacionales y han cursado, además de su grado, eso que ahora llamamos el "curriculum complementario", piedra angular de su empleabilidad. Sin embargo, curiosamente, humanistas y biomédicos tienen por igual la certeza de que no tendrán nada fácil encontrar trabajo y de que seguramente tendrán que emigrar. ¿Qué país tenemos, pienso, que ni emplea a sus humanistas ni emplea a sus biomédicos? ¿Qué sociedad hemos construido que los expulsa -a ellos, a ellas y a su talento probado- para regalarlos en bandeja de plata a otros países? Se ve que nuestras universidades han sabido formarlos para que trabajen fuera -en los centros mundiales de la vanguardia económica, tecnológica y cultural- pero no para que se inserten en la medianía de nuestro tejido social y productivo. Quizás no es que la Universidad española no los forme bien, sino que los forma demasiado bien para un país pensado para camareros, peones de albañil o autónomos, que, con toda dignidad y más o menos suerte, sobreviven a la temporalidad y la penuria.
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